Observó por los retrovisores cómo se movía el soldado, cómo avanzaba con paso firme y lento, cómo miraba y remiraba la carrocería y lo que dejaban ver los cristales, cómo sujetaba su Enfield con sus gruesas manos enguantadas mientras revisaba meticulosamente la parte trasera del Rover con ayuda de una pequeña linterna; a su lado, otro, el que había quedado ligeramente rezagado cubriendo a su compañero, le alumbraba con su potente reflector portátil arrastrando sombras por el interior de la tapicería y deslumbrándole al chocar con los espejos. 

Esperó sentado frente al volante mientras el que hacía la inspección se agachaba y observaba detenidamente los bajos del coche. Apartó la vista y la dejó vagar a través de la luna delantera, como una sombra que se destacaba ligeramente más allá de los focos vio a otro más, que permanecía de pie, en posición de alerta, cerca del vehículo blindado que ocupaba la mitad de la calzada y en cuya parte superior se veía al cuarto, agarrado a la silueta de lo que parecía una ametralladora ligera; posiblemente, pensó, entre la oscuridad del follaje que rodeaba la curva se hallaría otro u otros, preparados para cualquier eventualidad; si no fuera porque sabía dónde estaba, habría jurado que se encontraba en mitad de un control de carreteras en las cercanías de Belfast. Los habitantes de Annan llevaban muchos años sin ver un despliegue militar como el que les rodeaba aquella noche. Los medios de comunicación habían advertido de la posible presencia en las inmediaciones de un preso fugado, de gran peligrosidad, que llevaba dirección hacia el sur y que buscaba la policía con ayuda del ejército.

Lo cierto era que la policía apenas había hecho acto de presencia y que pelotones enteros de soldados británicos peinaban todavía la zona, buscando entre los árboles, en el interior de los graneros y casas, y cerca de las vallas que rodeaban los pastos. La noche anterior algunos vieron fuego en el cielo, y escucharon el rugir de los motores de varios reactores, sobre las colinas de Galloway, como si hubiera
habido un combate aéreo del que nadie se había hecho eco.

—¿Adónde se dirige? —la cara del soldado asomó por la ventanilla abierta, exhalando una bocanada blanca, todavía no le había devuelto los papeles.

—Mañana por la mañana tengo que estar en Leeds para un asunto familiar y por la tarde tengo que estar de vuelta en Dumfries... Es de donde vengo... ¿pasa algo?

El soldado le miró con cara seria:

—¿Le importaría abrir el maletero, señor Kenobi?

—No tengo inconveniente —contestó mientras abría la portezuela derecha y se apeaba sumergiéndose en la fría y húmeda noche.

Los dos hombres se acercaron a la parte trasera del vehículo bajo la mirada fría del otro soldado y la luz de su linterna, cuando el reflejo de unos focos anunciaron que se acercaba otro coche. El que se hallaba unos metros delante levantó el brazo izquierdo e hizo indicaciones, arriba y abajo, con el reflector, para que el conductor que se acercaba redujera la velocidad y se situara en el arcén tras ellos.

Después de revisar el portamaletas, el primer soldado le tendió el carnet de conducir y el resto de documentos. Haciendo un saludo le dijo por fin:

—Tenga cuidado y no se separe de su ruta Obi-Wan.

—¿A quién buscan. Es a ese preso?

El soldado asintió con la cabeza y se dirigió donde estaba su colega observando detenidamente a la pareja que conducía el pequeño Ford.

De Foxtrot en Babilonia (1995).

Kenobi, Obi-Wan Kenobi

Publicado el

martes, 17 de julio de 2012

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1 Comment
Deka Black dijo...

Es un alias que bien podria dar cierto gallifreyano en un control cualquiera XD