En el ámbito editorial siempre, tarde o temprano, toca enfrentarse a uno de esos problemas que en argot llamamos «de cojones».

Las cubiertas de nuestros libros asequibles sólo tienen 13 centímetros de ancho. Si quitamos el que hay entre el borde del lomo y el hendido (surco que facilita la apertura del volumen), nos quedan 12 disponibles a los que habría que restar un par de ellos como poco, por aquello de respetar los márgenes físicos del formato y dar un poco de aire a la portada... 

En fin, sintetizando, que Tierrafirme, como título, no cabía ni con calzador, y era domingo por la mañana y Abelardo llamó al estudio, y como suele ser habitual, el llamador y el llamado, en vez de resolver los problemas serios que atenazan a la profesión, se distrajeron con historias de polacos, hunos y romanos, y vascos, y hablaron de la sanidad pública, del estado de la nación, de los pormenores de lo cotidiano: que si Guindillo, que si Bagheera, que si Hilargi, que qué tal tú de lo tuyo, que qué me vas a contar...
 
Total, que les fueron dando las uvas y cuando nadie en su sano juicio habría dado un chavo porque tipos tan proclives a mover la sinhueso fueran capaces de resolver nada, a Abelardo se le escapó el nombre de Veragua en una clase magistral sobre la conquista de América en la que se mencionaban al padre Las Casas y al almirante Colón, don Luis, el nieto de don Cristóbal... Y se hizo el silencio a ambos lados del teléfono.

—¿Duque de Veragua... Has dicho Veragua?

—Pues sí, amado líder. A Tierrafirme también se la conoce como Veragua, de hecho, el ducado de Veragua...

—¡Calla, pagano. Me has hecho el hombre más feliz del mundo...!

Huelga decir que Veragua sí cabía en la portada. Pero mejor dejamos que Abelardo nos cuente de qué va su juego.


«Veragua no es un juego histórico. Veragua es un juego de aventuras que tiene como trasfondo una cierta época histórica, de manera que el rigor, dentro de unos límites, no debería ser un obstáculo para la diversión. Por supuesto, tanto el AJ como los Jugadores deben tener una idea de cuál es el escenario en el que se mueven, pero como ocurría a los hombres que en la realidad vivían allí, esta idea no tiene por qué ser muy exacta. Basta con que sepan que están en las Indias, que su patria queda muy lejos, más allá de muchas leguas de océano y que conozcan el puerto de la ciudad donde han desembarcado. Lo demás lo pueden ir descubriendo por sí mismos.

De esta forma, no es tan importante si Panamá fue fundada diez años antes o diez años después, si Cartagena tenía murallas en aquella época o en esta otra o si los indígenas que tienen enfrente son taínos o caribes. En realidad basta con cosas como que los indios no vayan montados a caballo o que ninguna aventura ocurra en Nueva York.

Esto nos lleva a las actitudes. La actitud correcta, desde mi punto de vista ante Veragua, es la de no juzgar el pasado con la mentalidad del presente. Eso supone que en el siglo XVI y en América, va a ser muy difícil encontrar a gente políticamente correcta para alguien del siglo XXI. Los españoles no son, precisamente, cultos y civilizados visitantes, sino brutales y ambiciosos aventureros, movidos a partes iguales por la sed de oro y el ansia de conversiones a su religión. Incluso el beatífico padre Las Casas, héroe de los indigenistas americanos modernos, no tenía ningún pudor en defender la esclavitud de millones de negros africanos como la solución óptima a la opresión de los indios americanos.

Por otra parte, los nativos no tenían nada de apacibles y sabios indígenas que vivían en comunión con la Madre Tierra ni nada por el estilo. Los incas tenían como estilo preferido de ejecución la lapidación o colgar boca abajo a alguien y rajarle la tripa para ver cómo le colgaban los intestinos hasta el suelo; y el brillante imperio azteca, antes de que llegaran los españoles, se sostenía sobre los cráneos desollados y los pantanos de sangre cuajada de miles y miles de cautivos destripados en vida en homenaje a sus sanguinarios dioses. Bernal Díaz del Castillo, en su Crónica, cuenta de manera casi gore cuál era el estado de los caballos y los desventurados prisioneros españoles caídos durante la Noche Triste en manos de los indígenas.

En fin. Aquí no hay nadie bueno, nadie noble ni desinteresado. Este sitio es un lugar fascinante para vivir una aventura, ofrece inmensas posibilidades de hacerse rico, es cierto, pero como todos los lugares interesantes… es fácil que acabe siendo letal.»

Nos leemos.

De cómo Tierrafirme se convirtió en Veragua

Publicado el

jueves, 28 de febrero de 2013

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2 Comments
Deka Black dijo...

Pardiez que a veces las mas prosaicas historias son las mas interesantes. hablo del porque del cambio de titulo, claro está.

Jon Nieve dijo...

Hay que ver la cantidad de veces que de una, aparentemente, conversación sin importancia, salta una chispa que enciende la bombillita XD

F&H