El lápiz mata la posibilidad de encontrarla, la propia esencia de la técnica impide el resultado, hacía falta la pluma, el bolígrafo, el rotring o el rotulador, tratamientos de terminado; y la pluma, entre todas, era la que mayores garantías ofrecía, por eso la elegí. Tardé casi tres meses en lograrlo. Acaricio la rugosidad de la superficie del papel con los ojos cerrados hasta que noto un cosquilleo en las yemas y comienzo a ver algo en mi cerebro. Rapto la primera idea, la atrapo con un movimiento rápido y me dejo llevar a ver lo que encuentro. A veces nada. Pero otras veces dejo de ver y empiezo a observar, como si mi mano perteneciese a otro y yo estuviera ahí, ausente pero atento; es entonces cuando consigo los mejores resultados. Hubo una época en que cambiaba a la vieja los dibujos por libros o tabaco, pero empecé a entrever que podía haber riesgo. No sabía qué hacía con ellos así que los destruía en cuanto los había escaneado. Los rompía en mil pedazos y luego los quemaba en una orgía de fuego, y hacía otros en los que me implicaba menos para justificar mi necesidad de tinta o de punteros. Fue una estupidez, viéndolos en la pantalla no resultan lo mismo.

Ella los hecha de menos, lo sé, lo noto en su mirada cuando repasa y disfruta los nuevos una vez sujetos por una chincheta o un adhesivo a la pared. Lo sabe, percibe ahora que en estos últimos comienza a surgir algo parecido a lo que había en los viejos. Yo también he comenzado a notarlo. Tengo que estar prevenido. Queda muy poco tiempo y esta vez voy a ir solo. Dejó de llamarme. Nos vimos un par de veces en el parque, cerca de la central de bomberos. Se nos hizo necesario. He pensado muchas veces en ello. Nos sentamos y apenas hablábamos, pero estábamos juntos, en esto y en aquello, y eso parecía lo importante. Ambos éramos dos hechos reconocibles y en cierto modo irrefutables; veíamos a los críos jugar, después dejó de llamarme. No volví a salir. Dibuja, escribe, tú sabes. Sé, como sé ahora que llevaba razón. Cada retazo, cada recuerdo, cada sensación, es un pieza de un enorme puzzle que hay que componer para luego destruir y recomponer de nuevo. A veces comienzo con un salpicado intenso que realizo con un viejo cepillo de dientes empapado en tinta. Lo froto con el dedo y espero a que seque el reguero de manchas desiguales que se han prendido en el papel. Me estimula este sistema pero me cansa la espera, prefiero el otro, es más rápido y me implico mejor. Todo es importante, todo es necesario si quieres entender algo. Y ahora que entiendo no sé qué hacer. Huyo de cada instante, de cada ruido; estoy solo y tengo frío. Cada partícula de historia encaja porque hay otras, eso le debo, y le debo también la conciencia diáfana de lo que está pasando, pero ya no llama, ni llamará. Habrá desaparecido como desapareceré yo, los dos lo sabíamos. Primero fueron algunas miradas perdidas, algunas sensaciones que surgían y desaparecían como si nunca hubieran existido. Pensé en un exceso de trabajo, en mis responsabilidades en la escuela de grado, en que tal vez estaba atravesando los coletazos de la misma crisis que me hizo terminar con ella, nada importante, algo pasajero y superable; tal vez fuera mi autoestima o la presión ante la nueva exposición de mi trabajo. Pero no era cierto, allí estaban, aguardando, buscándome. Te vuelves miedoso, te sientes perseguido, atolondrado, poco a poco renuncias a todo para estar alerta y poder verlos, en el metro, en el autobús, en un paso de cebra o en la consulta del médico. Sombras que vienen y van. ¿Los has visto, verdad? Sí, los había visto. ¿Te duele la cabeza, sientes náuseas o te destroza el dolor de estómago? Sí, me ocurría a veces, tengo gastritis ulcerosa desde la adolescencia... Él sabía antes que yo y había atado algunos cabos. Me encontró antes de que yo le encontrara. Me buscaba, él sí me buscaba. No te buscan, te vigilan. Lo entendí tiempo más tarde, cuando decidí que era hora de escapar. ¿Recuerdas a tus padres, la granja, el verde del prado, los árboles, el sonido de los pájaros en primavera, la tarta de frambuesas? Sí, lo recordaba. ¿Recuerdas tu primera vez en el instituto, sus piernas suaves temblando? Sí, lo recordaba, ¿y él cómo lo sabía? ¿Recuerdas? Sí, también recordaba, como recuerdo todavía a padre y a madre, a mis amigos, el colegio católico, el instituto, la universidad, el ejército y el trabajo de profesor titular. ¿Recuerdas lo sencillo que ha resultado todo? No, no había sido fácil, había invertido mucho esfuerzo, tiempo y dinero. Recuerdo mi esfuerzo porque nada había sido fácil, nadie me lo había regalado. ¿Coleccionas sellos?

De El Peregrino.

¿Recuerdas?

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domingo, 25 de diciembre de 2011

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