Adán y Eva criaron una variada progenie. Unos fueron bendecidos por Dios, otros tentados por Lucifer. El hombre creció, se multiplicó y se aventuró a tomar las vastas tierras del mundo. Con el tiempo, la palabra del cielo fue quedándose en el fondo del cajón de la memoria. Atareado en su supervivencia, el hombre olvidó a su creador y cayó en el terreno de la superstición. Lo que no sabía era que detrás de esa superstición, de esos panteones de Dioses falsos e ídolos de fútil madera y piedra, se escondía en esencia el Dios que le había dado vida. Lo que no sabía era que su propio olvido hizo que disfrazara a su Padre con otros nombres y otras apariencias. Los mensajeros de Dios, observadores y atentos Arcángeles que en muchas ocasiones se inmiscuían en los asuntos de los hombres, disfrazados bajo la misma carne, también fueron tomados por deidades y alabados en templos. Ese fue el principio del politeísmo, una forma que hasta cierto punto Dios toleraba por serle de utilidad para estar al tanto de los asuntos de los hombres.

Pero Lucifer también estaba atento a tales cosas y, como ángel condenado al destierro antes que el propio hombre, también se buscó un lugar en los panteones de los ignorantes hombres. Y eso no fue del agrado de Dios.

Set, hijo de Adán, hermano de Caín y de Abel, tuvo una abundante descendencia y ésta recibió la bendición de Dios. Fue uno de sus descendientes, Enoc, hijo de Jared, el primero en ser tocado por la Gloria. Sin saberlo, sería el principio de la Historia Verdadera. Cuenta la leyenda, que un día, en un lugar desconocido, se le presentó uno de los hijos del Cielo. Fue entonces cuando Enoc supo que había nacido con la naturaleza divina incipiente más desarrollada que sus hermanos mortales. Dios abrió para él una puerta a los Cielos y con él compartió su Verbo. En su magnífico plan, Dios dispuso que sería Enoc, descendiente de Adán, quien iniciaría el largo peregrinaje del hombre al Plano Superior. Y le enseñó el significado de la Luz y de ella Enoc aprendió los secretos de la creación. No era más que una ínfima parte de la sabiduría del Padre de todas las cosas, pero más que suficiente para que la humanidad fuese de nuevo una con el creador. De vuelta, Enoc supo que su ser había visto la Verdad y fue iluminado con los secretos del universo. Por eso, y en aras de perpetuar las lecciones de la Verdad para la posteridad, creó los Libros de la Sabiduría, que resumían el espíritu del Señor. Y luego Dios le abrió las puertas del Cielo, como recompensa por haber cumplido la primera parte del Divino Plan.

La Herencia

Publicado el

miércoles, 1 de agosto de 2012

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