Cuando lo políticamente correcto suponía renunciar a llevar paracaídas, parecer un caballero y ceder el paso a las señoras, fumar no estaba mal visto.
Un revólver o una automática al cinto, un «fulard» de seda para que el roce del cuello con la cazadora no lo dejara en carne viva de tanto mirar dónde estaba situado el bastardo que te estaba disparando; una estampita impresa, una fotografía desgastada, una carta de póquer o una liga en contacto con tu corazón; y por supuesto las manos siempre bien aferradas al bastón, bastaban para ser considerado un héroe por haber elegido la forma en que ibas a morir...
Las gafas tardaban poco en ensuciarse de aceite pero el cielo abierto y el aire acariciándote la cara seguían estando ahí. Tú y tu aparato, un cacharro de madera y tela impulsado por un ruidoso motor. Tú y tus compañeros. Tú y tus rivales, los peligrosos avatares de un destino que durante lo que duraba la refriega, preferías pensar que no había posado sus ojos en ti.
Cuando lo políticamente correcto consistía en perder la vida por ideales, existieron hombres excepcionales que jugaron a la ruleta rusa sintiéndose ángeles armados. Alberto Fernández los ha atrapado en su juego Dogfight para servírnoslos en estado puro, dejándonos de paso que podamos acompañarlos en mil y una batallas sobre las nubes de la vieja Europa, por descontado, siempre y cuando aguantemos, porque lo difícil en Dogfight es sobrevivir, llegar entero a la siguiente misión tras haber cumplido con la que los jefes depositaron anteayer en nuestras manos.
Cualquiera diría que estamos hablando de la cena de Nochevieja y esa fauna de orcos mocosos que denominamos cuñados, pero lo estamos haciendo sobre una etapa de nuestra historia que no por lejana deja de ser real como la vida misma.
Ellos, los pilotos de Alberto, soñaron con volver a tierra después de haber despegado, con ser recordados cuando habían comprado todas las papeletas para ser olvidados dejando tras de sí una miserable estela de humo negro en el horizonte de las líneas enemigas. Sólo faltas tú. ¿Vida cómoda, muerte heróica, u honor con mayúsculas?
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