«No puedo hacerte daño, ángel perdido [...] Pero sí puedo hacer daño a las personas que quieres. [...] Te fascina la oscuridad de mis túneles, la maldad que encierran. Y hay maldad. Todo lo que hay aquí es maldad pura.»
Este hombre de raza blanca, de pequeña estatura y pelo engominado vivía en 1993 bajo la estación Grand Central y no tendría la importancia magnética que le atribuían en su mundo si no fuera porque las ratas y cucarachas le huían, las radios de la policía dejaban de funcionar cuando se acercaban a su territorio y la temperatura ambiente bajaba algunos grados a su alrededor. Por lo demás se le suponía un tipo astuto y loco, o un tipo loco y astuto que se creía la encarnación de Satán y dueño de los túneles, y que además manejaba el miedo a su total antojo —«Domina el arma más poderosa con la que se puede contar en los túneles: el miedo y la inquietud que provocan las características del entorno»—, hasta el punto de que algunos compañeros de zona le llevaban comida por temor a las consecuencias que acarrearía no hacerlo. Uno de ellos, al referirse a él, afirma: «Todo lo que necesitas saber sobre ese tío es que es mejor no acercarse a él.»
Puede que el Ángel Negro fuera simplemente el exponente humano de una «rata de Chesire», un chamán moderno o el loco y astuto sujeto que describe Toth, o un tipo «intensificado» al estilo de Abood, no lo sabemos, y de afirmar algo nos expondríamos a dar la sensación que estábamos llevando las cosas demasiado lejos, aunque bien mirado puede que no tanto.
[…]
Gonzales cuenta que en compañía de otros dos «ángeles» más (Richie Séra y Tyrone Loos) recorrió bajo las calles la distancia que les separaba de Grand Central sin que ocurriera ningún incidente, hasta que llegados a un punto concreto del trazado comenzaron a sentirse observados sin alcanzar a divisar a nadie: «ahí abajo dependes de tu instinto y si tu instinto te dice que hay alguien, es que lo hay, tío.»
Para evitar problemas la comandancia había alertado a la metropolitana de la incursión del grupo de Gonzales —los «Guardian Angels» disponen de circunscripciones fuertemente jerarquizadas y con lazos estables con los responsables policiales—, por lo que el asunto se reducía a la presencia de algún indigente «con malas vibraciones» o «uno de esos tipos que te hielan la sangre pero que nunca ves», y el caso es que al poco las linternas comenzaron a fallar hasta apagarse por completo y el aire se llenó de un olor dulzón y empalagoso, lo que lleva a Ravel a afirmar sin rubor que sintió miedo: «el miedo forma parte de tu trabajo, y te preparas para afrontarlo», y es en ese momento cuando dice que desenfundaron sus armas, nunca antes.
Lo que ocurrió a partir de ese instante parece sacado —según sus propias palabras—, de una película de «The X-Files» (la serie se estrenó en los EE UU en 1993): «la zona se llenó de punteros láser y visores infrarrojos. Algo atravesó a la carrera el túnel, a pocos metros de donde estábamos y entonces sonaron los primeros disparos. Con Richie en el suelo y Tyrone noqueado, ¿qué iba a hacer?»
Durante el juicio no se hallaron evidencias de lo que afirma Gonzales que ocurrió. Según la fiscalía —un extracto resumido de su actuación acompaña el relato—, la policía estaba realizando un recorrido rutinario cuando divisaron las luces de sus linternas. Negando tajantemente que el grupo estuviera compuesto por tres integrantes —los «Guardian Angels» no avalan a Ravel y niegan en todo momento la existencia en sus filas de alguien llamado Loos—, se afirma que Gonzales y su compañero comenzaron a disparar en cuanto se sintieron descubiertos. Richie murió en el cruce de disparos al igual que el agente Brennan, y las pruebas de balística demostraron que el proyectil que voló su cabeza había salido del revólver Smith&Wesson abandonado por Ravel en su huida. Sin embargo nuestro Ángel Guardián se reitera en que eran tres los que bajaron y que en ningún caso se opusieron a una fuerza policial rutinaria (recuerda que ya estaban avisados, aunque este punto carece de toda importancia) sino a un grupo especial tipo S.W.A.T o similar. Según su versión no dispararon un solo tiro y se siente víctima de algún asunto turbio del gobierno: «Iban a por la cosa que pasó zumbando, estaba claro. [...] Richie cayó al suelo fulminado sin que nadie le disparara, estábamos fuera de su área (sic). A lo peor fue una bala rebotada, pero no lo creo porque a mí también me zumbaban los oídos y me dolía la cabeza como si me fuera a estallar y lo último que vi fue a Tyrone agarrándose la suya.»
Aturdido como si alguien le hubiera golpeado el cráneo con un bate de béisbol huyó sin rumbo, y admite que tal vez fue en ese momento cuando perdió el revólver. El resto del relato se centra en las circunstancias de su brutal detención a la mañana siguiente, en cómo supone que se fabricaron las pruebas falsas, y en una ácida crítica cargada de revanchismo contra los «Guardian Angels» y el cinismo e hipocresía de su fundador.
De Quidam.
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