Quería saber si en alguna de las casas cercanas alguien estaba gritando, pero al sacar mi cabeza el grito enmudeció. Pense que ya había pasado todo, pero al volver a meterla y cerrar la ventana, el grito se volvió a escuchar. Esta vez pude situarlo con precisión. Venía del dormitorio. Cogí lo primero que vi. Un trozo de madera que formaba parte del armazón del armario que estaban haciendo en aquella habitación. Salí de ella y entré en la contigua, donde dormíamos mi mujer y yo. Efectivamente, el grito se escuchaba a la perfección, pero no había nadie.
El poco valor que me quedaba fue desapareciendo poco a poco al ver que fuera lo que fuese aquello, se escapaba de mi control, y lo que era peor, que ni siquiera podía hacer nada para evitar seguir escuchando el grito que me helaba la sangre. Fue en ese momento cuando decidí que aquella sería la última noche que pasaría allí. Nada más pensarlo, el grito enmudeció.
Me sentí aliviado, pero algo en mi interior me decía que era mejor no echarse atrás. Que aquello, fuera lo que fuese, repito, podría volver si nos quedábamos más tiempo y tal vez no para limitarse a gritar...
El poco valor que me quedaba fue desapareciendo poco a poco al ver que fuera lo que fuese aquello, se escapaba de mi control, y lo que era peor, que ni siquiera podía hacer nada para evitar seguir escuchando el grito que me helaba la sangre. Fue en ese momento cuando decidí que aquella sería la última noche que pasaría allí. Nada más pensarlo, el grito enmudeció.
Me sentí aliviado, pero algo en mi interior me decía que era mejor no echarse atrás. Que aquello, fuera lo que fuese, repito, podría volver si nos quedábamos más tiempo y tal vez no para limitarse a gritar...
Me vestí rápidamente y me fui a ver a mi esposa a su trabajo. No le dije lo que había pasado. No quería asustarla más de lo que ya estaba. Sólo le comenté lo que había pensado y que puesto que ella no se encontraba a gusto, había tomado la determinación de irnos de ese piso a la mañana siguiente. Llamé al casero y le expuse mis quejas sobre las cucarachas, sobre los muebles (había prometido ponerlos sin haber cumplido su palabra), etcétera. Le anuncié que le avisaba con 15 días de antelación y que definitivamente nos íbamos. Empezó a protestar pero no hice caso. Seguidamente llamé a mi suegra, le dije lo que habíamos decidido y le pareció bien porque por fin su hija podría dejar atrás las zozobras que no la dejaban dormir.
Aquella noche yo tenía que ir a Madrid a trabajar. Mi mujer llegaría tarde a casa, alrededor de las 12. La había engañado diciéndole que no había problema en que pasara la noche allí, que al fin y al cabo, iba a ser la última... No se atrevió a subir al piso. Me llamó por el móvil cuando iba a entrar en el portal. La noté asustada. Me dijo que habia visto unas sombras camino de casa, como si la estuvieran vigilando, que se encontraba muy nerviosa. Traté de tranquilizarla maldiciendo en silencio haberla metido en aquel embolado, comentándole que en cuanto llegase al portal diese las luces del mismo, porque era largo y no había huecos ni nada. Pero en ese momento se cortó la comunicación. Inmediatamente la volví a llamar. Al responder la noté más asustada que antes. Se negaba a entrar, se había dado media vuelta e iba a llamar a su madre, dormiría en su casa a partir de ese preciso momento. No pude ni quise convencerla de lo contrario, menos después de que me dijera que la comunicación se había cortado tras haber escuchado algo en el móvil que susurraba por debajo de mi voz...
Al volver a la mañana siguiente de mi viaje a Madrid, cogí el coche y me fui a casa de mi suegra. Desayuné y traté de dormir un poco. A la tarde reuní fuerzas y me fui al piso de alquiler para recoger nuestras cosas. Lo haría solo.
Llegué a la casa. Todo estaba normal. Ni cucarachas ni desorden... Nada. La registré de arriba abajo. Todo estaba igual que lo habia dejado la tarde anterior.
Algo más tranquilo, como si hubiese despertado de una pesadilla, empecé a meter las cosas en cajas. No me llevó mucho tiempo hacerlo porque la mayoría de nuestros enseres todavía estaban empaquetados ya que no habíamos tenido tiempo ni de colocarlos. Sin embargo, al llegar la hora en que habían comenzado los gritos, no pude evitar que un sudor frío me recorriera el cuerpo. Algo dentro de mí me decía que se repetirían los fenómenos, pero afortunadamente no lo hicieron.
Terminé de bajar los paquetes al coche cuando todavía entraba la luz del atardecer por las ventanas, pero al acercarme a la puerta para abandonar definitivamente aquel lugar, me pareció oír algo. No eran los gritos angustiosos del día anterior, eran risas, y salían del interior del que había sido hasta aquel momento nuestro dormitorio.
Una historia real, Paco Flores.
3 Comments
Los pelos como escarpias, oiga. El que sea una experiencia real acojona el triple...
Glup. No puedo ni tragar.
Bravo... joder, bravo.
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