Cuando nos embarcamos en un proyecto tan brumoso como Cliffhanger, no imaginamos la cantidad de contratiempos a los que nos íbamos a enfrentar. Unos se escapaban a nuestro buen (o mal) hacer, casi siempre atacando desde el lado personal de uno o varios de nuestro equipo. Pero había otros que dependían exclusivamente de nuestra metodología de trabajo, cuya responsabilidad no podíamos eludir y que delataban un hecho incuestionable: nuestras bases funcionales no estaban preparadas para una colección tan exigente. Cliffhanger es como una cadena de producción en la que los distintos responsables tienen una función vital de cara al conjunto. Como los tornillos numerados de una maquinaria compleja, si una de las piezas no encaja o entra a destiempo, el resto se resiente, provocando un retraso acumulado que aquejará no sólo al título en preparación, sino a todos los demás.

Puede que las ambiciones de la editorial no se correspondieran con sus medios reales para la producción, pero  los problemas derivados, de los que el consumidor es inmediato repercutido, no han hecho sino reafirmarnos en nuestro empeño: llevar adelante esta colección que, por precio o tamaño, a veces no denota el enorme esfuerzo que supone para sus responsables.

Y si una cosa hemos aprendido de tanto trastabillar donde menos nos lo imaginábamos es que la revisión es fundamental para que el ritmo de trabajo se mantenga sostenido y viable. La revisión, lejos de lo que en un principio pudiera pensarse, va mucho más allá de pasar un corrector y luego leer el resultado para eliminar erratas, esas minas antipersonales que siempre acaban aflorando donde un minuto antes estabas seguro de que el terreno era seguro. La revisión debe encargarse de otros aspectos, mucho menos relativos al azar y más en sintonía con la buena hechura del producto.

Un Cliffhanger debe, ante todo, entrar en palabras: 25.000, mil más a lo sumo y estirando mucho el bolsillo, fundamental para evitar cuellos de botella en procesos posteriores y causa de que se devuelva al autor el texto si no se contempla este requisito. Lo siguiente es que el castellano empleado en la elaboración del texto sea lo más correcto posible, tanto en su aspecto ortográfico como en su formulación. Y aquí entra el sello de la casa: nos gusta hacer libros, libros de rol, que si bien tienen mucho de manual, nosotros apostamos por que se parezcan lo menos posible a una árida aglomeración de instrucciones de uso. Esto implica que pueda darse la necesidad de reescribir (a veces literalmente) el juego tras su entrega, y nos ha inspirado un filtro extra de calidad que no teníamos en los primeros compases de la colección: todo texto que requiera una transformación sustancial es devuelto al autor. A priori, puede que resulten criterios duros, pero en realidad es así como funciona el mundo editorial, y si lo contextualizamos en un entorno de trabajo que debe lidiar con decenas de juegos completos con plazos marcados, la depuración previa del texto no es necesaria, sino imperativa.

El texto ha de ser consistente, tanto en la terminología empleada, como en el buen uso de las herramientas del idioma, como el uso de las mayúsculas y la coherencia con la normativa nueva o vieja de la RAE. También ha de serlo en su aspecto más técnico: el sistema no puede hacer aguas. Antes del testeo, la redacción del sistema derivado de Madre ha de ser inequívoca y formar un cuerpo normativo con el menor número de contradicciones posibles. Por eso, a partir de cierto momento, creamos un segundo escalón de revisión en el que el objetivo era pulir el sistema hasta detectar cualquier incoherencia que requiriese de posteriores aclaraciones por parte de la editorial. Una vez más, esto sería posible en publicaciones más diseminadas en el tiempo, pero no en una colección con vocación de continuidad, lo cual no quita que, en cualquier caso, no nos guste dar fe de erratas con cada libro que publiquemos. Si lo podemos evitar, mejor.

El siguiente paso es la labor correctora del propio maquetador a medida que coloca el texto para repasar todo lo que en las dos fases anteriores se hubieran podido dejar por el camino. Se trata más de una maquetación activa, o una corrección pasiva. Lo importante es que, una vez maquetado, el texto pasa de nuevo al autor, de modo que dé su visto bueno al producto resultante y haga su propia revisión, siempre en coordinación con la editorial, para que todas las sensibilidades queden satisfechas y el lector pueda disfrutar de un producto lo más redondo posible.

En suma, sabemos que los errores cometidos en el pasado nos han servido para depurar los que ya no vamos a cometer y, lo más importante, nos permite editar productos de los que estemos satisfechos. Con suerte, cuando la nueva metodología se acabe asentando, cogeremos la inercia que aún nos falta y podremos acercarnos a nuestro ideal de funcionamiento. Pero una cosa tenemos clara: nunca sacrificaremos calidad por celeridad.

Diario de diseño: filtros consecutivos de revisión

Publicado el

miércoles, 23 de mayo de 2012

2 Comments
El Erudito dijo...

Gran post. Además esto sirve no sólo para los juegos de rol sino para libros en general. Igualmente, también es perfectamente aplicable en los proyectos laborales: informes, presentaciones, etc...

la base secreta dijo...

Lo importánte es que no pare el mecanismo... Que en ocasiones se relentiza tanto que acelerar es demasiado duro y termina parando.