Lo que antaño era un terreno abundante donde todos podían medrar, se redujo en cuestión de pocos años. Rincones de Blacksville que los italianos ni se habían atrevido a controlar, como Chinatown o Little Osaka, se convirtieron en su pesadilla y talón de Aquiles. Los orientales se hacían cada día más fuertes en sus guetos (maldita costumbre americana la de encerrar a sus minorías no caucásicas en guetos, pensó alguna vez algún italiano). A medida que el narcotráfico ganaba terreno en las actividades predominantes de los sindicatos del crimen, los Cárteles latinos (especialmente colombianos y mexicanos) decidieron abrir sus sucursales en los barrios latinos de Blacksville (en algunos casos, pagando un tributo a las familias por permitir una actividad en su patio trasero). 

La reducción del patio de juego es directamente proporcional al aumento de los roces, y el aumento de la competencia hizo que se declararan varias guerras de bandas, especialmente la que borró a la familia DiTesta a manos del clan Sakimu de la Yakuza, que estaba dispuesto a todo para hacerse con su mercado de drogas de diseño. Visto esto, y que las relaciones con los colombianos eran tan frágiles que amenazaban con romperse cada día que pasaba, Paul Calabria, hijo mayor de Don Luigi, convocó a las familias para proponer una alianza basada en la herencia común contra los extranjeros.

«Somos americanos», dijo delante de todos los peces gordos de la Cosa Nostra, «y por ello debemos unir fuerzas para contener a los amarillos y a los monos». La discusión fue dura, porque todos querían una tajada gorda del pastel. Al final todos acabaron más o menos convencidos. Cuando Paul Calabria fue elegido capo di tutti capi de las familias de Blacksville, lo primero que hizo fue fundirse en un abrazo con Meter Tiburón Zanebono, en aras de olvidar viejas rivalidades. Ese mismo día, a la salida de la reunión, el coche de Paul fue acribillado por una docena de motoristas a lomos de vehículos de gran cilindrada. Esa fue la respuesta de la Yakuza ante la demostración de fuerza de las familias. 

Vincent Calabria, hermano de Paul, pasó a ostentar el mando de la familia, pero nunca dio por sentado que también heredaría el título de jefe de jefes. Era un visionario que podría haber llegado a presidente de no haber sido italiano, y lo demostró cuando llegó a sus oídos que los Santino se entendían en secreto con los japoneses. No se tomó ese doble juego a la tremenda y los utilizó sin que ellos mismos lo supieran para calmar las cosas con la mafia japonesa. No quería acabar hecho un colador en su propio coche. «Un hombre sabio sabe posponer, incluso prescindir, de la venganza», se comenta que dijo el Oyabun de la Yakuza al entender la jugada y corresponderla con una reducción de la violencia por su parte. 

Finalmente, el tiempo puso las cosas en su sitio y trajo un nuevo y delicado equilibrio, en el que cada organización buscó una especialización para no interferir demasiado en los negocios de los demás. Los tiempos habían cambiado y cada guerra era una sangría para cualquiera dada la variedad creciente de recursos y armas que estaban a disposición de todos. Además, el FBI no dejaba de meter las narices en el ruedo, acompañados más de una vez de la DEA y alguna que otra agencia secreta del Tío Sam de las que poco se sabe y menos aún sobre lo que quieren sacar de todo esto.

El Consorcio, nombre local que se da a la rama americana de la Organizatsiya, el crimen organizado ruso, fue el último en poner pie en la ciudad del hollín. 

Violentos como ellos solos, en cambio se escurrieron entre los jugadores que ya se repartían el tablero y prosperaron gracias a tratar con unos y otros vendiendo armas y artefactos de alta tecnología de la desaparecida Unión Soviética (a los que los japoneses son especialmente aficionados). «Es puro negocio», suelen decir siempre los rusos cuando se les pregunta por qué venden automáticas a los rivales de una banda con la que tienen tratos. 

Aparte de los típicos roces puntuales, parece que se avecina una guerra abierta entre los Calabria y el Consorcio, pues el Don de la familia italiana ha acusado abiertamente a este último de haber asesinado a su hijo a las puertas de su propia casa. Los malpensados creen que no es más que un pretexto para declararles la guerra por razones que sólo Vincent Calabria conoce. En todo caso, está por ver que el resto de familias vayan a secundar esta maniobra. Mucho es lo que hay que perder, aunque los Calabria han emprendido una campaña para convencer de lo mucho que también hay que ganar.

De Blacksville.

El Consorcio

Publicado el

martes, 22 de mayo de 2012

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