Yacía tumbado en la cama, con la mirada vacía y perdida. El repicar de la lluvia en los cristales sonaba como un lejano AK-47, sin ser escuchado por sus tímpanos. Sus oídos, sus ojos y su cerebro estaban sencillamente en otra parte.
El cuarto era oscuro y cada esquina, cada mota de polvo le recordaban a ella. Le había dejado hacía un año llevándose una parte de su vida. Dijo que no la amaba, que únicamente quería a su trabajo. Él sabía que no era cierto. Había trabajado veinte horas al día para que no le faltase de nada, para que estuviese orgullosa, e irónicamente, lo único que tenía ahora era ese trabajo de mierda por el que la había perdido.
Con un gesto inconsciente, practicado infinidad de veces, alargó la mano hacia un lado de la cama y cogió la botella de Jack Daniels. Después, la botella rodó vacía por cama.
Se levantó en un acto reflejo. Caso 34778.
Le habían llamado. Llovía como si se estuviera preparando el jodido diluvio universal. Estaba en uno de los lugares más selectos de la ciudad: borrachos, prostitutas y vagabundos se refugiaban en los callejones o vendían su mercancía, cualquiera que fuese y quisiese pagar por ella.
Era gris, disponía de un enorme portal antiguo con puertas de madera y herrajes, de esos que llevan a preguntarse qué demonios hace algo tan monumental en una mierda de barrio. Un par de columnas, una estatua sobre la puerta principal, protegida por un nicho, vigilante y sin cabeza a cinco metros y medio del suelo. Cinco alturas. Desde afuera, se distingue la cornisa de una terraza. Custodiando el edificio, cada esquina está protegida por una gárgola de piedra.
Los detellos azules y rojos de los coches de policía iluminaban la calle. Varios agentes metidos en sus plásticos bebían café y charlaban animadamente hasta que se acercaron a él cuando bajó del coche. Por rutina mostró su placa y ellos volvieron a sus quehaceres.
La escalera era de madera y ascendía dejando un gran hueco a la jaula del ascensor. Una claraboya en el techo mostraba el vago amanecer que aún se resistía a despertar. Goteras, crujidos... Luces de flases, murmullos y policías entrando y saliendo de un piso.
Un tipo con gabardina apuntaba al suelo con una enorme cámara. Le reconoció.
—¿Qué tenemos aquí?
—Un fiambre del que no han querido desaprovechar nada.
El cuarto era oscuro y cada esquina, cada mota de polvo le recordaban a ella. Le había dejado hacía un año llevándose una parte de su vida. Dijo que no la amaba, que únicamente quería a su trabajo. Él sabía que no era cierto. Había trabajado veinte horas al día para que no le faltase de nada, para que estuviese orgullosa, e irónicamente, lo único que tenía ahora era ese trabajo de mierda por el que la había perdido.
Con un gesto inconsciente, practicado infinidad de veces, alargó la mano hacia un lado de la cama y cogió la botella de Jack Daniels. Después, la botella rodó vacía por cama.
Se levantó en un acto reflejo. Caso 34778.
Le habían llamado. Llovía como si se estuviera preparando el jodido diluvio universal. Estaba en uno de los lugares más selectos de la ciudad: borrachos, prostitutas y vagabundos se refugiaban en los callejones o vendían su mercancía, cualquiera que fuese y quisiese pagar por ella.
Era gris, disponía de un enorme portal antiguo con puertas de madera y herrajes, de esos que llevan a preguntarse qué demonios hace algo tan monumental en una mierda de barrio. Un par de columnas, una estatua sobre la puerta principal, protegida por un nicho, vigilante y sin cabeza a cinco metros y medio del suelo. Cinco alturas. Desde afuera, se distingue la cornisa de una terraza. Custodiando el edificio, cada esquina está protegida por una gárgola de piedra.
Los detellos azules y rojos de los coches de policía iluminaban la calle. Varios agentes metidos en sus plásticos bebían café y charlaban animadamente hasta que se acercaron a él cuando bajó del coche. Por rutina mostró su placa y ellos volvieron a sus quehaceres.
La escalera era de madera y ascendía dejando un gran hueco a la jaula del ascensor. Una claraboya en el techo mostraba el vago amanecer que aún se resistía a despertar. Goteras, crujidos... Luces de flases, murmullos y policías entrando y saliendo de un piso.
Un tipo con gabardina apuntaba al suelo con una enorme cámara. Le reconoció.
—¿Qué tenemos aquí?
—Un fiambre del que no han querido desaprovechar nada.
De Descenso a través del Crepúsculo.
5 Comments
Soberbio. Los microrrelatos son muy sugerentes, y este está impregnado de una esencia oscura que pese a las pocas líneas, acabes sintiéndote mal pero disfrutando de su lectura.
Muy muy bueno. ;)
Me encanta. ¿Que el Ragnarok había vuelto a casa, decíamos? (ojo, el captcha que me ha tocado ha sido la palabra "perrea", no es coña) XD
@Avatar: comentario validado por Pitbull. XD
JAJAJAJAJAJAJJA Me siento más legitimado, oye!! XD XD
Publicar un comentario