Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, o lo que es lo mismo, que la presentación de la portada de Auros que hicimos el otro día lleva camino de convertirse en la entrada con más visitas de este año (293 en el momento de escribir estas líneas; y lo que te rondaré, morena), tal vez sea momento de refrescaros la memoria sobre el que será nuestro Cliffhanger número 013, escrito y diseñado, como sabéis, por Oliver Bueno, a quien ya conocemos por su imagen pública en Tiro al Friki y por habernos deleitado con Mundo Eterno (Cliffhanger número 005).
Pero mejor nos dejamos de bobadas y vamos al grano, eso sí, de la mano de Oliver y de su Auros:
«Los Éon son los únicos seres inteligentes de Panakea. Su condición bípeda y sus pulgares oponibles, aparte de la herencia recibida de sus antepasados, les convierten en la especie dominante del planeta. Son animales antropomorfos, de morfología variable según raza y grupo, con extremidades que recuerdan a las del animal del cual descienden, pero más estiradas. Sus brazos suelen acabar en manos, pinzas, una especie de pezuñas articuladas o garras con cuatro o cinco dedos. Su cuerpo suele estar recubierto de pelo, escamas, plumas o lo que corresponda a su antepasado animal. A veces se depilan o arrancan esta capa de protección, principalmente por estética y comodidad. Las hembras suelen carecer de dicho recubrimiento. Por último, la cabeza del Éon es la del animal del cual desciende, pero proporcionada con el resto del cuerpo. Si son Aves, suelen tener las alas plegadas a la espalda. Aparte de esta forma, también pueden adoptar, a voluntad, el aspecto de sus animales ancestrales, aunque con algunos cambios (como un mayor tamaño) que los diferencian fácilmente de los animales comunes. Así, si la altura de un lobo es de medio metro, un Éon Lobo en su forma original podría llegar al metro, incluso más. Los Éon suelen recubrirse el cuerpo con tatuajes tribales y de poder, marcas que los remontan a sus formas primigenias, remarcando aún más sus peculiaridades a ojos inexpertos.
En Panakea se habla una lengua común, aunque algunas regiones tienen, además, su propia lengua ancestral. El «auror» casi se ha olvidado y sólo se utiliza en liturgias y momentos puntuales. Cada grupo tiene su propia lengua que, sin embargo, los demás grupos las pueden leer y entender hasta cierto punto, sin llegar a hablarla del todo. Por último, las distintas razas tienen su propio lenguaje ancestral, normalmente basado en movimientos muy sutiles o graznidos, gruñidos u olores específicos. Para un Éon de su mismo grupo es fácil comprender esta comunicación, pero no para alguien que no esté atento y pertenezca a otro grupo.
Hay Éon de cada raza animal. Se cuenta que en la antigüedad existieron ascendentes míticos como dragones, pegasos, hipogrifos, hidras… Dichos seres, de existir todavía, permanecen ocultos en las sombras, sin que nadie haya sabido de ellos más que en antiguos tomos de historia apócrifa. Así pues, existen siete grandes grupos, cada cual con su propia idiosincrasia, escalas de valor, ideas y personalidad. Aparte de estos siete principales existe un octavo que no suele ser nombrado y cuya maldad parece incontenible.
La sociedad se divide en tres grandes castas que dependen únicamente de las aptitudes de sus propios miembros. Así, la casta de Guerreros se ocupa tanto de defender las murallas de las ciudades, como de cazar para alimentar a sus ciudadanos, así como cualquier otra tarea que requiera instrucción física o militar. Los que utilizan sus habilidades sociales, los Cortesanos, ya sea para vender a mejor precio en el mercado o para buscarse un buen sitio en la corte real, son los que realmente mueven el mundo. No se sirven de armas ni magia, sólo la manipulación pura y dura de las expectativas de los demás. Por último están los Magos, que utilizan la voluntad, aquellos capaces de dominar la magia, uno de los cuatro Saberes Naturales. No son baladí, ya que, cuanto mayores sean éstos y más ahonden en el uso de sus habilidades, más peligrosos se vuelven, convirtiéndose en una tormenta continua, algo que nunca se acaba y que amenaza con aniquilar todo lo que toque. Aun así, estas divisiones son permeables y reflejan una realidad mucho más compleja.»
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