Termino con esta entrada el breve recetario que espero haya servido de ayuda a todos aquellos que quieren sobrevivir en el ingrato mundo de la ilustración, y quiero hacerlo tocando el más espinoso asunto de todos: el blanco y negro.
De un tiempo a esta parte se viene imponiendo la tendencia de que los ilustradores dibujen a color para pasar posteriormente su trabajo a línea (blanco y negro puro) o a escala de grises, evitando de un plumazo los engorrosos problemas que originan la creación de atmósferas en las imagénes, el sombreado, la separación de planos, etcétera. Es un camino fácil, sobre todo para los editores, que ven resueltas de un plumazo varias necesidades por el mismo precio, pero lesivo para cualquier ilustrador que se precie de ser llamado así.
El blanco y negro tiene sus normas y el color las suyas, y el atajo que supone pasar una ilustración a todo color al b/n para resolver la papetela, no dejará de ser nunca un atajo que suele delatar que el artista carece de recursos, porque el trabajo monocromático dispone de herramientas suficientes como para enfrentarse al color sin bajar la cabeza.
Ahí tenemos las texturas, por ejemplo, o los trazados de línea o incluso los de relleno, o la presión diferente que ejercen un pincel, una plumilla o un lápiz a su paso sobre la superficie del papel...
Lo que hay que tener muy claro a la hora de dibujar en blanco y negro es lo que se quiere transmitir y qué herramienta vamos a utilizar para hacerlo.
El lápiz nos permitirá modelar suavemente nuestras figuras, aportar multitud de matices, y con la ayuda de la goma puede resultar tremendamente efectivo, como nos muestra Paul Calle. La plumilla es más rotunda y a la vez más nerviosa, y permite dotar a las líneas de nuestros dibujos de diferencias en sus gruesos, ayudándonos a plasmar mircoescenarios gráficos al servicio de la imagen que estamos recreando, y como nos muestra Dino Battaglia, permite la utilización de técnicas de texturizado o incluso pincel como comparsas. Los rotuladores... bueno, mejor lo vemos con Frank Miller o Mike Mignola...
Ahí tenemos las texturas, por ejemplo, o los trazados de línea o incluso los de relleno, o la presión diferente que ejercen un pincel, una plumilla o un lápiz a su paso sobre la superficie del papel...
Lo que hay que tener muy claro a la hora de dibujar en blanco y negro es lo que se quiere transmitir y qué herramienta vamos a utilizar para hacerlo.
El lápiz nos permitirá modelar suavemente nuestras figuras, aportar multitud de matices, y con la ayuda de la goma puede resultar tremendamente efectivo, como nos muestra Paul Calle. La plumilla es más rotunda y a la vez más nerviosa, y permite dotar a las líneas de nuestros dibujos de diferencias en sus gruesos, ayudándonos a plasmar mircoescenarios gráficos al servicio de la imagen que estamos recreando, y como nos muestra Dino Battaglia, permite la utilización de técnicas de texturizado o incluso pincel como comparsas. Los rotuladores... bueno, mejor lo vemos con Frank Miller o Mike Mignola...
Podría seguir y seguir, porque cada herramienta para dibujar en blanco y negro es un mundo y traslada una sensación diferente de personalidad y de fuerza o sutileza que ningún trabajo a color trasvasado a monocromía puede conseguir, siempre y cuando, claro está, sepamos lo que queremos transmitir. Y es que aquí está el meollo de la cuestión de que resulte más sencillo hacer algo a color para convertirlo en b/n.
Así que evitemos el miedo. Ya sabéis: «El miedo mata la mente...», y practiquemos el sano arte de buscar lo que nos interesa a nosotros a la hora de resolver el encargo y no lo que creemos que le interesa al editor. Superado este primer escollo, lancémonos al ruedo de alcanzar como sea eso que nos interesa y busquemos en nuestro arsenal de herramientas todo aquello que creamos que puede ayudarnos. Elijamos el tipo de papel (no resultan iguales uno satinado que uno de grano), o la textura de base para comenzar en nuestro ordenador, y no lo pensemos más hasta que no hayamos obtenido algo que nunca será lo que buscábamos, pero que sin duda se le acercará.
Y recordad siempre que a capar se aprende capando, y que si no empezáis ya, jamás sabréis cómo termina la historia en la que el blanco y negro vencía al color.
Os leo.
Así que evitemos el miedo. Ya sabéis: «El miedo mata la mente...», y practiquemos el sano arte de buscar lo que nos interesa a nosotros a la hora de resolver el encargo y no lo que creemos que le interesa al editor. Superado este primer escollo, lancémonos al ruedo de alcanzar como sea eso que nos interesa y busquemos en nuestro arsenal de herramientas todo aquello que creamos que puede ayudarnos. Elijamos el tipo de papel (no resultan iguales uno satinado que uno de grano), o la textura de base para comenzar en nuestro ordenador, y no lo pensemos más hasta que no hayamos obtenido algo que nunca será lo que buscábamos, pero que sin duda se le acercará.
Y recordad siempre que a capar se aprende capando, y que si no empezáis ya, jamás sabréis cómo termina la historia en la que el blanco y negro vencía al color.
Os leo.
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