Si parece impensable que nadie en su sano juicio pueda decidir enterrarse vivo, las evidencias perseveran en reflejar lo contrario en un suma y sigue que parece carecer de término, y para intentar comprenderlo deberíamos asomarnos a la descripción que hace E. Fromm de las consecuencias funestas del aislamiento sensorial o los procesos graves de deterioro relacional sobre el ser humano (The Anatomy of Human Destructiveness y Die Patologie der Normalität) —sucesos muy similares a los que envuelven a los indigentes, y que dicho sea de paso son terapias ampliamente utilizadas en los sistemas de extracción de información usados por algunas administraciones (doctrina Bulgarin, manual Kubark, etcétera) y de los que se han extrapolado consecuencias en las que abunda la publicidad o los denominados sistemas de venta agresivos, que contemplan como prioridad la destrucción de toda resistencia ante el objetivo propuesto, o que forman la base indiscutible del proceso vejatorio en que se sustenta el actual modelo de producción y que aflora de cuando en cuando con forma de mobbing—. Con todo, la posibilidad de vida continuada en los túneles parece reiteradamente certificada.

Si bien no parece que merezca la pena gastar demasiadas líneas de texto en ahondar en la idiosincrasia y particularidades de aquello que habita en lo más profundo de las galerías, necesitamos tener una somera conciencia de lo que supone porque aunque nuestros héroes han comprado muchas papeletas para nutrir esta militancia infame todavía se mantienen en las colonias de su periferia por razones de guión. Imaginemos pues un lugar tan oscuro que nuestros ojos tuvieran que dilatar completamente sus pupilas para intentar buscar algo de luz en la penumbra más espesa. Reinventemos una paradoja donde fuese posible no ver a nadie en varios días como si fuéramos los únicos habitantes de este planeta pero intuyéndonos constantemente vigilados. Pensemos por un momento en que somos realmente capaces de vivir en un sitio así manteniendo un mínimo de cordura, condenados a habitar en él durante un largo periodo de tiempo sin más compañía que nuestros recuerdos y sabiendo que lo que hay delante no nos espera precisamente con los brazos abiertos y que lo que hay detrás abrirá los suyos para destruirnos. Demos ahora rienda suelta al sentimiento extremo de aislamiento que nos embargaría en tan extraña circunstancia y vayamos un poco más lejos, por ejemplo hasta dibujar un espacio aún más alejado e indefinido que el propuesto, cuyos límites físicos y posibles compañías sólo fueran asequibles a través de leves vibraciones del aire, fugaces contactos, olores, ecos o sonidos, o la silenciosa frecuencia que abre nuestra mente y la eleva a la categoría de sexto sentido.

John Canemaker realizó un exhaustivo trabajo sobre la conducta de las ratas de alcantarilla cuando están sometidas a una fuerte presión ambiental (Town rats), pero será en el trabajo de Edward F. Abood (Underground man) donde encontraremos mejores pistas cuando afirma con claridad meridiana que el hombre subterráneo se ha rebelado contra las normas de la sociedad donde vive y contra las fuerzas que la perpetúan adoptando la segregación como respuesta. Atribuyéndole un impulso estrictamente personal y un compromiso permanentemente subjetivo incluso cuando forma parte de un grupo —continuamente se sabe aislado—, este sujeto rechaza todo tipo de valores o códigos de conducta y por lo tanto vive en un permanente estado de tensión y ansiedad que se agrava en la que seguramente es su cualidad más distintiva: su sensibilidad agudizada y muchas veces enfermiza. Abood, reflexiona también que el hombre subterráneo no tiene nada de héroe romántico porque su fuerte individualismo supone su mayor fuente de sufrimiento —aislado, profundamente aislado, se considera parte de la sociedad que le ha desterrado de por vida; rechazado, alberga un terror visceral a quedar olvidado en su exilio y digiere mal la indiferencia con que le responde el paraíso perdido, contestando con una intensificación de sí mismo—.

De Quidam.

Rattus Norvegicus

Publicado el

lunes, 19 de marzo de 2012

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