Termina 2012 y en unas horas nos tiraremos a la piscina de 2013 sin saber a ciencia cierta si está llena de agua o vacía. Tocaba ponerse smoking y pajarita, pero he renunciado a hacerlo en favor de usar una bufanda y un gorro de algodón apretadito (la lana me da repelús desde crío), entre otras muchas cosas, porque considero que para un hombre de nieve ya es bastante etiqueta... Y aunque los niños hayan olvidado dibujarme una sonrisa en el rostro, estoy contento, mucho.
Y lo estoy porque en un mercadillo como el nuestro, en el que la parte comercializadora de la cosa nos ha hecho olvidar lo saludable que resulta sentirse satisfecho con lo realizado, sentarse a paladear con los amigos el fruto del esfuerzo común recordando entre risas las noches de desencuentros y malos humos que nos ha costado, no tiene precio.