marzo 2013


Dos placas tectónicas chocan a gran profundidad originando que en la superficie marina, una muralla de agua comience a deslizarse a gran velocidad buscando arrasarlo todo antes de que su furia se apaciguara tras haber herido con sus dedos la tierra firme.

Mañana hará dos años de un suceso similar al narrado, que se produjo en la zona oriental de Japón y que ha quedado señalado con el nombre del área que destruyó: Fukushima, debido a que las fuerzas de la naturaleza se conjugaron con la estupidez humana, una vez más, dando lugar a uno de los accidentes nucleares más graves que jamás ha sufrido la raza humana en su historia reciente.

Las televisiones, la radio e Internet, se están haciendo eco del suceso ahora mismo, pero conforme vayan pasando los años, todos somos conscientes de que con Fukushima pasará como con Chernobyl o Harrisburg, o con Haití mismo, o con cualquiera otro de esos dramas que poco a poco se van desprendiendo de nuestra memoria porque van perdiendo actualidad.

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Empieza lo peor [Fukushima Blues]

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domingo, 10 de marzo de 2013

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Soy de la opinión de que las crisis son para experimentarlas, para paladearlas y cómo no, para sentirse orgulloso de poder sobrevivirlas, o al menos de intentarlo, que uno nunca sabe; en todo caso, no para ocultar su fiereza, porque hacer de avestruz con ellas suele acarrear terribles consecuencias.

Por fortuna (lo digo bien, luego lo entenderéis) nos golpeó casi a mediados de los noventa del siglo pasado esa crisis que pasó de puntillas dando la vuelta a todo lo habido y por haber, y de la que sólo hemos tenido noticia cuando tocaba a la puerta la de 2007 que todavía estamos sufriendo. Y oliendo lo que se nos venía encima, si no me fallan las cuentas, creo que fuimos la única editorial del mundillo que avisó en su momento (septiembre pasado) de que la situación podía ir a peor.

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Crisis? What crisis?

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sábado, 9 de marzo de 2013

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Contra la extendida percepción de que los OVNI —comprendidos como Objetos Volantes No Identificados, es decir, sin calificarlos ni catalogarlos más allá de su propia definición— forman parte de la mitología occidental surgida a partir de la II Guerra Mundial, en base a la cual se afirma con bastante rotundidad que eran mayormente experimentos nazis que posteriormente han ido evolucionando en manos de las grandes potencias y bla, bla, bla, queremos aprovechar el envoltorio que rodea a nuestro Dogfight para permitir la inclusión de tan divertidos fenómenos en sus entrañas, en aras, fundamentalmente, de ampliar las posibilidades de diversión de aquellas partidas en las que nuestros pilotos de la Gran Guerra pueden encontrarse faltos de alicientes.

Ahora bien, como Dogfight es un juego de profunda raigambre histórica, lo menos que podíamos hacer era soportar históricamente nuestra aparente ida de olla, y es que amén de la cantidad de material al que podemos tener acceso y que hace referencia a la visita que pudo sufrir la Tierra por parte de seres o máquinas extrañas, que riegan lo mismo viejos textos sagrados que manuscritos medievales, disponemos además de una iconografía que da fe de ello, tan variada como impensable —el astronauta de Palenque, por ejemplo; o las figuritas con casco de Tassili; o los meteoros huecos y tripulados de los frescos del Monasterio de Decani; o las estrellas fugaces con ventanitas que aparecen en el Annales Laurissenses; o la Estrella de la Muerte que hace de telón de fondo en una estampa de Le Livre Des Bonnes Meurs; o el artilugio metálico que flota en el cielo sobre el hombro de la Virgen María en el famosísimo cuadro La Madonna con Saint Giovannino; o ese lunik que pisan Dios Padre y Dios Hijo en la Iglesia de Montalcino; etcétera—.

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OVNIs en Dogfight

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jueves, 7 de marzo de 2013

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Háblanos de tu retoño, dijeron. Será divertido, dijeron. Pero claro, qué creador puede negarse a resaltar las virtudes de su tan querido engendro, sangre de su sangre, tinta de su tinta.

En esta ocasión, y con la firme esperanza de que el tedio adormezca vuestros sentidos y sirva de camuflaje a las graves carencias del título, me he decidido a desgranar someramente el sistema de creación de personajes, una parte del mismo de la que me siento profundamente orgulloso. A menudo dicen que un animal de compañía adquiere rasgos inherentes a su dueño, vicios y poses que hacen que cuando observamos a uno, nos acordemos del otro. Pues bien, salvando las diferencias obvias entre el ejemplo anterior y el sistema de creación de personajes de un juego de rol, puede que quienes me conozcan me vean reflejado en él: mezquino, aleatorio, francamente gamberro e irreverente hasta la saciedad. Os va a gustar, ya veréis.

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