Soy de la opinión de que las crisis son para experimentarlas, para paladearlas y cómo no, para sentirse orgulloso de poder sobrevivirlas, o al menos de intentarlo, que uno nunca sabe; en todo caso, no para ocultar su fiereza, porque hacer de avestruz con ellas suele acarrear terribles consecuencias.
Por fortuna (lo digo bien, luego lo entenderéis) nos golpeó casi a mediados de los noventa del siglo pasado esa crisis que pasó de puntillas dando la vuelta a todo lo habido y por haber, y de la que sólo hemos tenido noticia cuando tocaba a la puerta la de 2007 que todavía estamos sufriendo. Y oliendo lo que se nos venía encima, si no me fallan las cuentas, creo que fuimos la única editorial del mundillo que avisó en su momento (septiembre pasado) de que la situación podía ir a peor.
Está yendo a peor y se palpa en el ambiente. Tiendas que cierran o están a punto de hacerlo, o tiendas que no responden a los pedidos pendientes; distribuidoras o editoriales que cambian de filosofía para ajustarse a los nuevos tiempos; en todo caso, sensaciones todas ellas que susurran al oído que llega el invierno si es que no ha llegado ya.
La subida del I.V.A. de septiembre pasado ha golpeado fuerte la apuesta realizada en el mundo digital de publicaciones, doblemente si sumamos a esta circunstancia que Hacienda ha jurado ponerse más áspera, estricta y picajosa con las transacciones virtuales.
En apariencia la subida no nos tocaba porque quedábamos al amparo del tsunami con ese 4% de tipo impositivo y esa Ley del Libro que supone una impass en el concepto de libre mercado, verbigracia del poderoso lobby editorial, pero el 21% de los cogieron ha terminado tocándonos a todos, incluso a los libros, debido fundamentalmente, a que el bolsillo es pequeño y no da para más que para lo estrictamente indispensable y necesario.
Basta mirar las estadísticas de consumo para entender que estamos en caída libre y que a resultas del pánico originado, resulta lógica la resurrección de los viejos fantasmas que creíamos erradicados, como ése que grita bajo su sábana blanca que la cultura no puede ser gratis, desvelando descarnadamente el triunfo de un capitalismo de andar por casa que confunde arteramente cultura e industria en flagrante y torticero apriorismo, que no entiende o no quiere entender, que la legislación americana y la española no tienen por qué ser coincidentes ni en su espíritu ni en su letra.
Indudablemente formamos parte de la Cultura, y desgraciadamente, también de la industria. Como tal es cierto que no pintamos nada. Como mercado somos tan ridículos que ni siquiera resultamos representativos, lo que no impide que suframos los avatares y servidumbres del mundo mayor, ése ante el cual nos miramos de vez en cuando para buscar respuestas, pero en el que tras veintitantos años de historia no hemos sido capaces de integrarnos.
Alguien podría decir que no nos ha dado la gana porque nos sentimos infinitamente cómodos, aunque soy de la opinión de que no hemos sabido hacerlo porque a diferencia de lo que ocurre afuera, aquí dentro hemos renunciado a explorar las posibilidades de convertirnos en serios gracias a que siempre hay un Grima que nos quita el aliento vital.
Sea por el impertinente abuso de posición del lobby cariñoso que hace de juez y parte en eso de señalar con el dedo a los winners y a los losers desde blogs y listas de correo, o portales, creando opinión sin asumir las responsabilidades de sus actos; sea porque los mecanismos que permiten que las iniciativas editoriales lleguen a los consumidores están anquilosados y no hay quien los mueva desde hace décadas; sea por desidia o por falta de ganas, el caso es que hemos perdido una bonita oportunidad de dignificarnos como colectivo y toca pagarlo ahora que los vendavales de la crisis nos están desarbolando.
Indudablemente formamos parte de la industria, y desgraciadamente, también de la cultura. Y es que hay una cultura (en minúsculas, sin duda) bien instalada y de la que no hemos sabido despegarnos como colectivo, que nos hace más débiles frente a unas circunstancias tan tremendas como las que estamos sufriendo.
A veces pienso en lo sencillo que sería que cambiar de cultura para cambiar de panorama, pero hace tiempo que tiré la toalla. Sé que toca bregar, elegir dónde gastas el dinero, qué prioridades te parecen más interesantes y por supuesto adecuadas al negocio, y luego aceptar que decidas lo que decidas, te tratarán como si fueses Planeta de Agostini en vez de Ludotecnia, sencillamente porque has asumido que hacer de avestruz con la que está cayendo, en un mundillo tan chiquitito como el nuestro, es sencillamente hacer el idiota.
A veces pienso en lo sencillo que sería que cambiar de cultura para cambiar de panorama, pero hace tiempo que tiré la toalla. Sé que toca bregar, elegir dónde gastas el dinero, qué prioridades te parecen más interesantes y por supuesto adecuadas al negocio, y luego aceptar que decidas lo que decidas, te tratarán como si fueses Planeta de Agostini en vez de Ludotecnia, sencillamente porque has asumido que hacer de avestruz con la que está cayendo, en un mundillo tan chiquitito como el nuestro, es sencillamente hacer el idiota.
Pero no quiero chafaros la tarde. Crisis? What crisis?
Nos leemos.
Jose Tellaetxe Isusi. Gorliz, 8 de marzo de 2013.
1 Comment
¿Chafarla' ¿Porque? como se suele decir, el tiempo coloca a cada cual en su lugar. Animo y delante. cada cual haremos lo que nos toque.
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