Dos placas tectónicas chocan a gran profundidad originando que en la superficie marina, una muralla de agua comience a deslizarse a gran velocidad buscando arrasarlo todo antes de que su furia se apaciguara tras haber herido con sus dedos la tierra firme.

Mañana hará dos años de un suceso similar al narrado, que se produjo en la zona oriental de Japón y que ha quedado señalado con el nombre del área que destruyó: Fukushima, debido a que las fuerzas de la naturaleza se conjugaron con la estupidez humana, una vez más, dando lugar a uno de los accidentes nucleares más graves que jamás ha sufrido la raza humana en su historia reciente.

Las televisiones, la radio e Internet, se están haciendo eco del suceso ahora mismo, pero conforme vayan pasando los años, todos somos conscientes de que con Fukushima pasará como con Chernobyl o Harrisburg, o con Haití mismo, o con cualquiera otro de esos dramas que poco a poco se van desprendiendo de nuestra memoria porque van perdiendo actualidad.


Sin embargo, bajo las aguas del océano o sobre la superfice terrestre, la naturaleza seguirá entretenida en su propio devenir, esperando una nueva oportunidad para demostrar quién manda en el mundo.

El hombre, mientras tanto, tendrá que conformarse con seguir apostando a la buena fortuna mientras sigue cometiendo errores como el de construir centrales inseguras en una zona asequible a los desastres, o acaso, ¿quién puede decir que no?, sellando sus despropósitos del pasado con artificios tan endebles como aquellos, si no en lo concerniente a su estructura física, sí en cuanto a sus consecuencias...

La prospección en el tiempo y los Juegos de Rol son casi almas gemelas, de manera que no debe sorprendernos que Alberto se haya puesto las gafas de ver lejos para intentar imaginar qué será de Fukushima en un futuro no muy lejano, y que además, nos permita jugar en tan extraño escenario. Pero mejor nos lo cuenta él.


«Ohayou gozaimasu. Hoy, último día de clase antes de vuestras primeras maniobras en el interior del sarcófago, hablaremos largo y tendido acerca de la fundación de esta academia, sus objetivos e intereses. También analizaremos cuál es el papel que desarrollan nuestros alumnos, vosotros, como futuros recuperadores. ¿Todos tenéis un sitio? Perfecto, comencemos con la clase. 

Esta institución, conocida como la Academia de Recuperación Tecnológica (A.R.T.), fue fundada en agosto de 2025, hace exactamente 36 años. Su función desde entonces ha sido la formación de técnicos recuperadores, o recuperadores a secas, que es como a los miembros del gremio les gusta llamarse. El edificio, que abarca una superficie de 10.000 metros cuadrados, está situado en una privilegiada ubicación desde la cual puede observarse perfectamente el sarcófago y su sello principal. Dispone de capacidad para 200 alumnos y cuenta con las más modernas instalaciones en cuanto a investigación científica y simuladores de combate se refiere. Adicionalmente, contamos entre nuestras instalaciones con uno de los pocos laboratorios de biología capaces de estudiar los efectos de la radiación Z en los tejidos vivos.

El edificio cumple al mismo tiempo la función de base operacional para todos aquellos recuperadores que lo deseen, proporcionando aposentos, oficinas, arsenal y zonas de entrenamiento y ocio. Así mismo, la oficina de contratación de la academia gestiona decenas de contratos de recuperación diarios, por lo que es aconsejable estar atentos a los boletines emitidos para hacerse con los más jugosos.

Dependiente del gobierno de New Japan, la A.R.T. responde a la necesidad de formar personal especializado capaz de desenvolverse en los entornos más hostiles, al tiempo que recababa información y muestras científicas.  Estas dos funciones venían siendo desarrolladas, desde el sellado del sarcófago, por unidades especiales del ejército, apoyadas en ocasiones por científicos encargados de la recogida de datos sobre el terreno. A pesar de la enorme preparación y experiencia en sus respectivos campos con los que contaban estos grupos operativos, los fracasos fueron sucediéndose con el paso de los años. 

Los soldados eran letales y decididos en combate, pero a su incapacidad para procesar información técnica de alto nivel se sumaba el entorno en el que se desarrollaban sus misiones, ajeno a cualquiera al que se hubieran enfrentado anteriormente. Los científicos cojeaban de otro pie. Una vez sobre el terreno eran objetivos extremadamente frágiles, carentes de toda habilidad de combate, y que a menudo caían arrastrando con ellos al resto del operativo a una muerte horrible. 

A estos problemas iniciales, que aunque críticos, podrían haber sido resueltos con el tiempo, se unía el elevado coste moral y mediático que suponían las muertes de soldados y científicos de renombre, una publicidad a la que ningún gobierno del primer mundo podría haber sobrevivido. Por ello se optó por la creación de una institución capaz de engendrar operativos autónomos adaptados al trabajo de recuperación en ambientes hostiles. Hombres y mujeres duros y eficaces pero, sobre todo, prescindibles. Freelancers ávidos de dinero y lujo por los que nadie lloraría si caían en combate. Esos sois vosotros, reclutas. 

Puesto que un recuperador capaz de abrirse paso hasta un objetivo designado, pero carente de los conocimientos para extraer la información o la tecnología requeridas, es tan inútil como una motosierra sin gasolina, y posiblemente pagará con su vida su ineptitud, como bien sabéis, desde su admisión como reclutas, los futuros técnicos en recuperación son entrenados en multitud de disciplinas, que comprenden desde el uso de armas hasta la ingeniería y la biomecánica. No sólo son guerreros.

Una vez que se licencian, los recuperadores pasan a ser contratistas externos con la potestad de alquilar sus servicios a quien consideren necesario. Si bien muchos de ellos trabajan de manera continua para el gobierno de New Japan, no hay razón por la que una empresa del sector privado o un particular no puedan contratar a uno o varios de estos operativos, con el fin de recuperar algo cuya legítima propiedad puedan demostrar sin lugar a duda, y que se halle en el interior de Old Japan.  Este último punto ha de ser tenido en gran consideración ya que, a pesar de todos los controles establecidos para la gestión de solicitudes de entrada al sarcófago,  muchos son los que intentan año tras año recuperar  posesiones de forma ilegítima. 

Por último, y a modo de despedida, destacaré un punto que muchos de vosotros desconocéis en el momento de entrar en este mundo, y que es la posibilidad de trabajar en otros escenarios de desastres a lo largo y ancho del planeta. Nada impide a un técnico recuperador aceptar una oferta que le permita viajar con la misión de rescatar todo aquello que se le pida, siempre cumpliendo con la ley vigente en la zona. Plataformas submarinas en colapso, ruinas de origen desconocido, focos de radioactividad o países en guerra, son sólo algunos de los lugares en los que un recuperador puede ganarse la vida honradamente, o perderla en el intento.»

Empieza lo peor [Fukushima Blues]

Publicado el

domingo, 10 de marzo de 2013

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2 Comments
Omar El Kashef dijo...

Solo diré una cosa: este juego es Alberto Fernández en estado puro con un toque de esteroides adulterados comprados en el sótano de un bazar chino. Sobran más palabras XD

alberto_orco dijo...

Yo lo llamaría "inmensa caja de arena radiactiva". ¿Que te gustan los mutantes? Hay mutantes. ¿Que te gustan los zombis? Hay algo parecido. ¿Que te gustan los robots? Hay robots. ¿Que siempre quisíste colarte a escondidas en un país clausurado completamente? Pues también hay de eso.

Otro engendro, vamos. :D