En el ámbito editorial siempre, tarde o temprano, toca enfrentarse a uno de esos problemas que en argot llamamos «de cojones».
Las cubiertas de nuestros libros asequibles sólo tienen 13 centímetros de ancho. Si quitamos el que hay entre el borde del lomo y el hendido (surco que facilita la apertura del volumen), nos quedan 12 disponibles a los que habría que restar un par de ellos como poco, por aquello de respetar los márgenes físicos del formato y dar un poco de aire a la portada...
En fin, sintetizando, que Tierrafirme, como título, no cabía ni con calzador, y era domingo por la mañana y Abelardo llamó al estudio, y como suele ser habitual, el llamador y el llamado, en vez de resolver los problemas serios que atenazan a la profesión, se distrajeron con historias de polacos, hunos y romanos, y vascos, y hablaron de la sanidad pública, del estado de la nación, de los pormenores de lo cotidiano: que si Guindillo, que si Bagheera, que si Hilargi, que qué tal tú de lo tuyo, que qué me vas a contar...