Los ojos escarlata escrutaron las calles blancas y grises, tratando de divisar algo
desde el lugar donde se encontraba amparado, resguardado de la crudeza
nocturna de nieve, viento y frío, que asolaba la gran ciudad.
La
noche resultaba plomiza, cargada de ecos y de llamadas que retumbaban en su
pequeña cabeza esférica; movió las plumas y alzó ligeramente las alas para
volver a recogerlas sobre la espalda y seguir mirando hacia abajo, para
continuar buscando desde la atalaya, con el cuello estirado, atisbando el mundo
desconocido sin mover un solo músculo.