La organización fue fundada por el británico Philleas Scapaflowne en 1876 con la intención de defender a aquellos que habían sido (y estaban siendo) fagocitados por el más perverso experimento jamás emprendido por el hombre —no es baladí mencionarlo tan pronto, dado que el Sindicato ha cumplido 125 años de leal e inesperado servicio—. Aunque lamentablemente el coronel Scapaflowne no pasará a la historia por este hecho sin duda crucial, sino por haber sido contemporáneo de Alan Quaterman y haber competido con él por rubricar la solución del controvertido asunto de la existencia de las míticas minas del rey Salomón, es pertinente destacar en estas primeras líneas su faceta menos conocida, por enfatizar el tono épico con que pretendemos empapar las páginas del libro que descansa en tus manos.

Bien es cierto que la figura de Scapaflowne no habría alcanzado la legendaria cota que logró, de no ser por la talla del individuo que ha sido, es y será, su magnífico y pérfido antagonista (doblemente antagonista, si se nos permite, por ser noble de linaje y francés de cuna), y al que trataremos de rendir justo homenaje al ejemplificar su obra. Pero no adelantemos acontecimientos; como toda historia, ésta también tiene un principio.

Sabido es que a finales del siglo XVIII e inicios del XIX, la comunidad médica europea se encontraba inmersa en un esfuerzo titánico por lograr alcanzar la victoria absoluta de la ciencia sobre su mayor enemigo: la muerte —pruebas inequívocas parecen no escasear, y a ellas nos remitimos—. Fruto de este intento colosal por evitar lo inevitable, fueron rescatadas las más arriesgadas teorías alquimistas o los desterrados principios de filosofía natural que plantearon en su día sabios como Agrippa, Paracelso, y otros, para formar una amalgama conceptual que sería experimentada hasta sus últimas consecuencias por geniales hombres de ciencia como Waldman, Frankenstein, o el Barón de Mouchelin.

Si de los primeros quedan baluartes literarios desde donde se defiende su honra, fama y buen nombre —al primero lo conocemos a través de las abundantes anotaciones que trazó la habilidosa pluma del notario Luca Badoer (descansan todavía hoy en el interior de la Biblioteca Médica Nacional de Ginebra); y al segundo a través de la magistral narración que sobre su criatura detalló la escritora romántica Mary Shelley—, no ocurre lo mismo con el tercero. Mabuse, conocedor exhaustivo de los secretos más arcanos de la alquimia; devorador impenitente de los logros conseguidos por sus contemporáneos el anatomista Galvani y el matemático Gauss (con quienes mantuvo correspondencia); insaciable inquisidor de las razones ocultas que animan el cerebro de los mamíferos superiores; precursor del estudio de los comportamientos personales y sociales del individuo, y teorizador de la íntima relación que existe entre ellos y la psique humana; enfiló sus pasos hacia la práctica de una medicina preventiva basada en la teoría de que el dolor es la fuente de todo deterioro, y a tal fin consagró la totalidad de sus esfuerzos.

Ni que decir tiene que aquella búsqueda acabó dando su fruto en el interior de un oscuro laboratorio del por entonces novedoso Frenopático de Languedoc, donde al parecer también encontró la muerte, aunque sobre este asunto es mejor que no precipitemos sentencia alguna. Antes bien, es de recibo admitir que, sin duda, de aquel logro se derivó el enfrentamiento que sustancia la narración de este libro, porque Scapaflowne, durante una circunstancial visita de cortesía a su íntimo amigo, el también coronel Carvallo do Mello (convaleciente por un accidente de caza), fue atrapado (literalmente) por el invento del Barón de Mouchelin en el interior del Hôpital Sainte-Croix Benedictine (Congo belga), lo que a la postre hizo posible la creación de la única organización existente que tiene como fin y consagración la destrucción de la obra del protervo científico francés, y en la que si Dios no lo remedia podrán integrarse los jugadores una vez acepten nuestra amable invitación.

El Sindicato

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domingo, 14 de noviembre de 2010

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2 Comments
Felipe Reyes dijo...

Cada día me gusta más este juego. Podríais ir poniendo algo del reglamento como habéis hecho con Cliffhanger??

Saludos.

Rodrigo Garcia Carmona dijo...

Genial.