Roma, que desde la época de Diocleciano había mantenido sus fronteras más o menos seguras y estables, sin embargo se vio agitada hacia el Imperio de Juliano por una amenaza que nadie hubiera sido capaz de prever y que, a partir de entonces, iba a atenazar con su gélido puño no sólo la existencia del Imperio, sino la misma libertad de los bárbaros que vivían a sus puertas. Hacia mediados del siglo IV las murallas de la gélida Hyperbórea, la tierra más allá de las estepas de Asia que nadie conoce, se abrieron para vomitar sobre los bosques, las llanuras, los ríos y los campos de todo Occidente la peste de los hunos.
Se dijo que los hunos eran el resultado del cruce de las brujas que vivían entre los godos y de los espíritus impíos que habitaban en los bosques y las heladas llanuras del lejano norte, otros dijeron que habían habitado desde la creación del mundo entre los hielos perennes y las selvas interminables, pero lo único cierto es que cuando aparecieron se abatieron como una ola imparable sobre las estepas y los bosques de Asia y Europa.
Los hunos eran unos seres monstruosos, menores de estatura que los hombres, pero fuertes y ágiles, de largos brazos y piernas arqueadas, cubiertos de harapos y pieles, o de armaduras primitivas, armados con largas cimitarras y dagas. Sus rasgos eran animalescos y su modo de vida en nada podía considerarse civilizado, incluso para un bárbaro. Germanos y romanos conservaban en sus leyendas recuerdos de un pueblo parecido, en parte bestia y en parte humano, que aún habitaba en pequeños grupos en selvas, despoblados y lugares remotos y yermos, ajeno a toda cultura y que vivía del saqueo de sus vecinos: los primeros los llamaban thyrsas y los segundos, sátiros. Los hunos cabalgaban sobre pequeños y fuertes caballos que obedecían sus órdenes, más que por su doma, por el miedo a sus jinetes, pero también montaban sobre una raza de horribles y gigantescos lobos, mucho más grandes que los animales de tal nombre, mucho más maliciosos y peligrosos que ninguna otra montura.
A los hunos acompañaban hordas de otros seres igualmente terroríficos: gigantes, llamados jotuns y trawlas por los bárbaros, cambiaformas, que eran antiguos prisioneros humanos condenados por la magia maléfica que practicaban los brujos hunos a vivir perpetuamente a caballo entre la naturaleza humana y la animal, vampiros, empeñados en gobernar a través de la hechicería a los pueblos humanos y feéricos que los hunos sometían y muchos otros seres, grotescos y sin nombre, pues nadie pudo imaginar nunca que tales abominaciones pudieran vivir sobre la Tierra.
Los hunos se abatieron en primer lugar sobre los límites orientales de la civilización: la tierra de Sérica, en el extremo oriental del mundo a donde llegan las caravanas desde Roma tras más de un año de viaje, a la India y a las provincias orientales del Imperio persa: Bactria, Partia, Sogdiana, Margiana… Todas cayeron bajo el fuego y la espada y el mismo Rey de Reyes hubo de pedir paz y pagar tributo a los invasores.
Se dijo que los hunos eran el resultado del cruce de las brujas que vivían entre los godos y de los espíritus impíos que habitaban en los bosques y las heladas llanuras del lejano norte, otros dijeron que habían habitado desde la creación del mundo entre los hielos perennes y las selvas interminables, pero lo único cierto es que cuando aparecieron se abatieron como una ola imparable sobre las estepas y los bosques de Asia y Europa.
Los hunos eran unos seres monstruosos, menores de estatura que los hombres, pero fuertes y ágiles, de largos brazos y piernas arqueadas, cubiertos de harapos y pieles, o de armaduras primitivas, armados con largas cimitarras y dagas. Sus rasgos eran animalescos y su modo de vida en nada podía considerarse civilizado, incluso para un bárbaro. Germanos y romanos conservaban en sus leyendas recuerdos de un pueblo parecido, en parte bestia y en parte humano, que aún habitaba en pequeños grupos en selvas, despoblados y lugares remotos y yermos, ajeno a toda cultura y que vivía del saqueo de sus vecinos: los primeros los llamaban thyrsas y los segundos, sátiros. Los hunos cabalgaban sobre pequeños y fuertes caballos que obedecían sus órdenes, más que por su doma, por el miedo a sus jinetes, pero también montaban sobre una raza de horribles y gigantescos lobos, mucho más grandes que los animales de tal nombre, mucho más maliciosos y peligrosos que ninguna otra montura.
A los hunos acompañaban hordas de otros seres igualmente terroríficos: gigantes, llamados jotuns y trawlas por los bárbaros, cambiaformas, que eran antiguos prisioneros humanos condenados por la magia maléfica que practicaban los brujos hunos a vivir perpetuamente a caballo entre la naturaleza humana y la animal, vampiros, empeñados en gobernar a través de la hechicería a los pueblos humanos y feéricos que los hunos sometían y muchos otros seres, grotescos y sin nombre, pues nadie pudo imaginar nunca que tales abominaciones pudieran vivir sobre la Tierra.
Los hunos se abatieron en primer lugar sobre los límites orientales de la civilización: la tierra de Sérica, en el extremo oriental del mundo a donde llegan las caravanas desde Roma tras más de un año de viaje, a la India y a las provincias orientales del Imperio persa: Bactria, Partia, Sogdiana, Margiana… Todas cayeron bajo el fuego y la espada y el mismo Rey de Reyes hubo de pedir paz y pagar tributo a los invasores.
De D, Abelardo Martínez.
1 Comment
Evocador como pocos textos de rol que haya leído. Enhorabuena.
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