Busqué. Basta hacer un pequeño repaso a las páginas del directorio telefónico de cualquier ciudad para descubrir que hay al menos una referencia al apellido en su interior. Abogados, profesores universitarios, médicos, dentistas, funcionarios, administrativos de banca, agentes de cambio y bolsa, corredores de seguros, asesores independientes o dependientes, gente bien situada en el entramado, como si el apellido llevara parejos la bonanza económica y el éxito.

Gente corriente, de ese tipo de gente que mantiene buenas relaciones con sus vecinos, superiores y subalternos, hombres y mujeres que pagan sus impuestos, alquileres e hipotecas de manera puntual, que no tienen multas de tráfico pendientes, que llevan a sus hijos a buenos colegios, que votan en los sufragios y que son los puntales de sus matrimonios. Ciudadanos modélicos, en una palabra; de ese tipo de gente que no disgusta ver por la calle y ante la que no da miedo compartir asiento en el interior de un vagón vacío. Parecen cincelados sobre una pieza de mármol blanco o negro, de un tirón, preciso y bien ejecutado por la gran mano maestra.

Viven en las afueras, en atractivos casas, o en su interior, en amplios apartamentos o pisos. Son los primeros en llegar a sus puestos de trabajo. Los fines de semana miman primorosamente el jardín, o arreglan el seto o los bonsáis, o sacan a pasear al perro, o llevan los niños al zoológico, o a ver la última película de Walt Disney. Maridos o esposas modélicos, padres modélicos, hijos modélicos, empresarios modélicos, asalariados modélicos. Sus matrimonios y vidas son un ejemplo para la familia o los amigos. Hacen el amor una vez por semana y en vacaciones dos, o tres. Cumplen, siempre cumplen con lo que se espera de ellos. Yo era así hasta que el dolor se hizo insoportable, hasta que comprendí que ella era yo y yo era ella, y que entre lo que era y no era había una zona de penumbra que intentaba abrirse paso. Daba largos paseos o gustaba de una reposada lectura, algo de fútbol, béisbol o NASCAR, golf o ténis, según los días o semanas, mientras ella preparaba la cena o sencillamente la esperaba. Llegaba al perímetro en mi automóvil reluciente, a través de la autopista; lo aparcaba y tomaba el autobús urbano para ocupar mi puesto de docente. Cualquiera podría confiar en mí, incluso yo. De lunes a viernes me levantaba a las 7,30 y me acostaba a las 22,00 horas; los sábados y domingos me levantaba más tarde y me acostaba a la misma hora. Rutina no era una palabra que cupiera en mi vocabulario, creía en la excelencia en su más amplio sentido. Hacía lo que había que hacer porque era lo que me habían enseñado, pero me dolía la imposibilidad de no tener hijos. El andrólogo nos dio esperanzas pero no quise aguantar la espera ni el tratamiento, ella no quiso acceder a mi petición de que adoptáramos algún crío y ahí comenzó todo. Mi vida no iba a ser como la de los otros. Una estupidez, una tontería, había también muchos como nosotros pero no tuve agallas para asumirlo. ¿Recuerdas a George Pool? Sí, también le recordaba, pero a qué venía esto. Él era tu amigo y no pudiste hacer nada, ¿no es cierto? No, no pude, es verdad. No tuviste agallas. No es así, Jonathan era especial... cuando llamó ya era tarde para los dos, yo ya estaba casado, mi vida estaba enfilada. Pero no contestaste. No, no contesté...

De El Peregrino.

Soft-combat

Publicado el

lunes, 13 de febrero de 2012

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