El Hombre prosperó y fundó grandiosas ciudades y civilizaciones que se antojaban imperecederas. Primero vino Sumeria, que engendró a Babilonia y a Egipto. Luego muchas otras, como Grecia, que bebió de Egipto, y Roma que bebió de Grecia. Estaba claro, que, sabiéndolo o no, el Hombre había comenzado su peculiar camino de regreso a los Cielos, y estaba construyendo sus reinos a la imagen y semejanza de los Cielos, así como él mismo era el retrato de Dios Todopoderoso plasmado en la carne perecedera.

Dios gustó de aquello y así lo dejó ver bajo los nombres de cuantos dioses eran representación suya. Pero había otros cultos. Aquellos promovidos por Lucifer. Éste, que también era luz celestial después de todo, comenzó a reclutar hombres de marcado don, aquellos cuya esencia de la Verdad, cuya naturaleza divina, estaba más a flor de piel, para instruirles en el dominio de sus dones, dones que en la mayoría de sus congéneres estaban latentes. Fueron sus primeros iniciados, sus seguidores, quienes se pusieron manos a la obra en busca de las puertas que les conducirían al Cielo. Pobres de ellos, que en su mayoría creían que lo hacían para ser uno con Dios, cuando la verdad era que Lucifer los utilizaba como peones para entrar en los celestiales dominios de los que había sido expulsado, no para redimirse, sino para vengarse.

Lucifer, que en parte compartía la inmensa sabiduría de su Padre, instruyó a los suyos para que buscaran y encontraran las puertas que conducían al Cielo. Para saber esto, era fundamental conocer el comportamiento de los astros y cuerpos celestes, ya que esas eran las más grandiosas manifestaciones del Cielo en la Tierra. Así, en Babilonia se aprendió a mirar al cielo, unos guiados por la clemente mano del Señor y otros por el Caído. Los sacerdotes de los cultos, iniciados que eran en las Artes, la Esencia y las Ciencias, enseñaron a unos pocos cómo leer los mensajes de las estrellas, y así se establecieron estirpes de iniciados dentro de los cultos. En las estrellas identificaron a Dios en su infinito poder. Pero sobre todas las cosas aprendieron una, y es que las puertas a los Cielos estaban íntimamente ligadas a las constelaciones. Los hombres aprendieron a mirar y a medir esas estrellas y aprendieron que, repetido el dibujo celestial en la Tierra, respetando los esquemas y las proporciones que Dios estableciera en los días de la Creación, se podían abrir puertas al Reino Vedado. Los secretos estaban enterrados en la complejidad de los Libros de la Sabiduría así como en el subconsciente del hombre.

De Sumeria a Egipto

Publicado el

lunes, 3 de septiembre de 2012

Etiquetas

,