El departamento de maquetación de Ludotecnia podría pasar perfectamente por un taller de joyería a la vieja usanza, con anciano y todo, en el que los mínimos detalles cuentan, porque encajar los textos en nuestros libros de la serie pequeña (los otros también, que conste) no consiste sólo en volcarlos a las buenas, sino en conseguir que cada una de las páginas tenga luz propia.

Para ello se hace necesario que el maestro tallador conozca el texto previamente, se lo haya leído, vamos, a ser posible habiéndose empapado del espíritu y la letra de aquello que cuenta el autor. Si le conoce personalmente o ha hablado con él siquiera por teléfono, mejor que mejor. Si ha habido oportunidad de cervezas, café o whisky... ¡pues la leche!, porque cada detalle cuenta y no se trata de hacer longanizas sino libros, y si el diseñador tiene tendencias sintácticas, gramaticales o contextuales, ahí que nuestro tallador hace un ejercicio de simetría empática que para sí quisieran Al Pacino o Robert de Niro a la hora de meterse en cualquiera de sus papeles.

Trabajamos sobre una base de 25.000 palabras para cada uno de nuestros Cliffhanger, que han sido previamente corregidas ortográficamente, pero que llegan a pelo y con tablas. Pocas algunas veces, pero otras, sencillamente demasiadas para el maquetador, aunque deliciosas para el aficionado. 

No es cuestión de cortar por cortar, de extender por extender, ni de limar por limar. Puesto que se hace preciso ajustar la literatura a la extensión del libro, hay que cortar o extender sólo cuando resulta estrictamente necesario. Limar para ganar una línea de párrafo está bien; limar para que no quede una viuda o una huérfana, mejor. El asunto estriba en que cada cosa vaya encajando lo más naturalmente posible.

Si aún así todavía queda texto sobrante, se vuelve a empezar por el principio, repitiendo todas y cada una de las rutinas. No es broma, nuestro libros cuestan 3,50 Euros pero bien valdrían el triple o el cuádruple por el currelo que llevan.

¿Que tras la segunda pasada sigue quedando exceso de texto? Pues se va a por la tercera o la cuarta si es necesario, y sólo cuando la joyita tiene sus 112 facetas bien pulidas, se pasa al corrector de nuevo por si se ha pasado algo por alto, y al autor para que ponga o quite lo que considere necesario. Sin embargo, el trabajo no ha concluido. Una vez terminado el libro, vuelve a manos del diseñador para que otorgue el placem. Sólo con él lo metemos en imprenta.

Pero como siempre hay erratas que sacan las orejas como los duendes, cuando no hay posibilidad de desfacer el tuerto, entended que nos sienten manifiestamente peor que a la competencia y nos juramentemos para que no nos vuelva a ocurrir como si nos fuera la vida en ello. Hacemos libros, y ésa es nuestra filosofía.

La joyería

Publicado el

sábado, 15 de octubre de 2011

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