El pasado es como un oscuro cajón en el que se guardan los recuerdos remotos, los misterios más intrigantes. Pero son misteriosas las cosas no porque carezcan de razones, sino porque, precisamente, tales razones se hallan en el fondo de ese cajón. Para comprender es pues necesario conocer el fondo, y hurgar en sus rincones más oscuros… 

Más allá de lo que las mentes peregrinas puedan concebir, la raíz que nutre los caminos de los Pobres Caballeros de Cristo y el Templo de Salomón se encuentra a las remotas espaldas de los tiempos de la Cristiandad. La Biblia no omite tales detalles, aunque se olvida de muchos otros, y desde el mismo Génesis ya nos advierte de que las simientes del presente están en el más antiguo ayer.

Todo se reduce de forma general a la eterna pugna entre la luz y la oscuridad, con sus grados intermedios de gris, claro está. Después de todo, ¿qué es el Universo, si no el pulso entre la espesa negrura y la diáfana luminiscencia de los cuerpos celestes? ¿Quiere eso decir que la pugna está desequilibrada a favor de la oscuridad por ser quien tiñe los cielos de la noche? ¿Quiere eso decir que la luz es absolutamente sinónimo de bondad y la oscuridad de lo contrario? No lo creo.

En efecto, los antiguos casi siempre han tendido a la simplificación de las cosas para hacerlas más comprensibles. Pero también han dejado pistas acerca de las pequeñas verdades a tener en cuenta para comprender la gran Verdad no siempre oculta, pero casi en todo momento disimulada. A esa gran Verdad se le ha denominado de muchas maneras y una de ellas, por qué no, es Dios. Y qué más da si, en definitiva, todas son manifestaciones de la misma cosa… Lo que sí es necesario es saber leer entre las líneas del destino. 

Sabido esto, será más fácil comprender que hubo un tiempo en el que existía un gran orden celestial, en el que Dios Todopoderoso reinaba entre sus ángeles, impartía justicia y otorgaba favores. En verdad amaba a sus criaturas y éstas a su vez le amaban a Él. Los seres de Luz eran los heraldos de Dios, depositarios de Su poder y ejecutores de Su obra cósmica. Los ángeles suspiraron inspirados en la palabra de Dios y esa inspiración redundó en el susurro de los océanos y el temblor de la tierra al emerger de ellos. Las lágrimas de emoción nacidas de los ángeles bañaron los eriales y de ellos manó la vida, tanto animal como vegetal. La Obra de Dios progresaba con los días de la creación y cuando el mundo se había convertido en un jardín digno de los Cielos los seres de luz se dejaron llevar por el alborozo. Pero Dios tenía otros planes y a todas sus criaturas sorprendió con su última decisión.

De cuando Jose conoció a Omar.

El Reino de los Cielos

Publicado el

jueves, 28 de junio de 2012

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