La furgoneta se detuvo bajo la espesa nevada que empezaba a cubrir las calles de la pequeña ciudad japonesa. De su interior bajaron cuatro figuras haciendo crujir la capa que ya empezaba a ocultar el suelo. Eran tres hombres y una mujer, todos más cerca de los veinte que de los treinta. El más alto de los hombres recogió varias bolsas de deporte y las fue pasando con un suspiro de alivio.
—Marta-san, ¡aquí se conduce por la izquierda! ¡Casi nos matas! —La aludida era aun más alta que su interlocutor y la única occidental del grupo. Se volvió con una mano en la cadera y gesto malhumorado.
—Hemos dejado atrás a esos que nos perseguían. Y sigo diciendo que tenemos que avisar a Yamane-sensei. ¿Es que no les oísteis en el aparcamiento?
—¿Serían yakuza? —Preguntó Senari, echando nerviosas miradas a su alrededor.
—No creo —replicó Kaneda, el que se había quejado en primer lugar—. ¿Os habéis fijado como peleaban? ¿Tú que piensas, Akira?
El aludido aun vestía el uniforme de su instituto. Se ajustó las gafas y respondió como si hubiera estado esa pregunta toda su vida.
—Sus golpes apestaban a las Escuelas de Iga. Pero es raro. Ese estilo se perdió tras la masacre que Nobunaga Oda llevó a cabo en su época. Se han conservado técnicas aisladas, pero estos peleaban como si supieran algo más.
Marta cerró su furgoneta.
—Hablemos con el sensei. El sabrá qué hacer.
—Ya pero...
—¡Le buscaban a él! ¡Tiene que saberlo! —Kaneda alzó las manos, conciliador.
—Está bien, está bien. Pero ya sabéis todos como es. Por proteger el dojo y sus alumnos es capaz de dejar que le maten. Solo espero que no haya que llegar a eso.
El dojo era de lo más peculiar. Situado en una de las zonas verdes de la ciudad, había sido construido siguiendo las normas de armonía espiritual establecidas en la legendaria época del Príncipe Yamato. Esto tenía como resultado, ante todo, que aquel lugar era un remanso de sosiego y tranquilidad. Nada distraía de la práctica de las artes marciales. Se veneraban ancestrales enseñanzas, pero el viejo Yamane no desdeñaba lo moderno. Su equipo de música y su colección de videojuegos eran la envidia del vecindario.
Miró con gesto grave a sus cuatro alumnos más recientes. Deseosos de hacer méritos, habían desafiado los elementos, siendo los únicos que habían acudido al dojo aquel día. Los observó a los cuatro, vestidos con el gi, ceñido por el aún blanco cinturón. Asintió con gravedad y, con un gesto, les permitió sentarse en las esteras de paja de arroz que cubrían el suelo.
—Hoy la lección será diferente de lo habitual. Acabo de recibir graves noticias del mismo jefe de policía. —Los alumnos asintieron. Era bien sabido que el jefe de policia de Akebono era un antiguo discípulo del dojo.— Alguien ha amenazado, atacado y hecho mucho daño a los que aquí acudían. Vosotros sois los únicos discípulos que me quedan.
>> ¿No hay nada que deseéis contarme? Quizás tú, Marta-san. Mi amigo dice que en la unidad de cuidados intensivos del hospital del distrito comercial hay nueve yakuza con todos los huesos rotos.
—Es cierto, sensei. Habíamos quedado en mi casa para venir juntos, como siempre hacemos. Nos amenazaron e insultaron vuestro honor.
Senari tosió de forma ostentosa, tratando de llamar la atención de su compañera. Esta abrió los ojos de par en par y se rascó la nuca.
—Ah, nos persiguieron otros tres en coche. Puede que encuentren sus cuerpos en la cuneta justo antes del puente del demonio Azul. —El viejo Yamane asintió. De repente, toda su edad pareció caerle encima como una terrible lápida, haciendo de él una figura decrépita a punto de desvanecerse como humo en el viento. No fue más que algo fugaz. En un instante recuperó su serena firmeza.
De GetWild.
2 Comments
Un relato con el que abrir boca. Me encanta el tono y el ambiente que se masca. Ganas de leer más ;)
Gracias, es cuestion de trabajo y no rendirse. ;)
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