La Tierra pareció volverse definitivamente loca. Las mareas cambiaron de ritmo dejando de depender de los ciclos lunares, lo que rompió el equilibrio natural de la fauna y la flora y desató además una oleada de terremotos por todo el planeta, a la que se sumaron gigantescas tormentas que duraban meses.
En un primer momento, las playas se convirtieron en improvisados cementerios de peces y mamíferos acuáticos. Los pájaros morían a gran altura para caer al suelo como piedras. Los insectos, desconcertados, cambiaron sus habítos... La naturaleza, tan bella y exuberante como siempre, se había tornado un temible enemigo para la humanidad. La fuerza de los océanos arrebató porciones enteras de tierra a los continentes, para llevársela consigo a las profundidades. Se hundían islas y emergían nuevas. Los ríos cambiaban su curso arrasando poblaciones y ciudades, modificando sus desembocaduras. Algunas montañas crecían o menguaban, o se transformaban en volcanes que escupían lava. Surgían nuevas cordilleras o desaparecían cadenas montañosas enteras, alterando la orografía y sumiendo a la humanidad en una etapa dominada por las catástrofes que quedaría incrustada para siempre en su memoria genética.
Si fue la magia la que lo provocó o fue el azar, simplemente se desconoce. En todo caso, la coincidencia helaba la sangre, pues pasadas las primeras décadas de convulsiones, el mundo resultaba sencillamente diferente.
Bajo Escandinavia, por ejemplo, aparecieron las ciclópeas ciudades enanas, repletas de tesoros y grandes salas talladas en roca, y en los cielos se comenzaron a divisar islas errantes donde terribles brujos de razas olvidadas construyeron sus torres de hechicería...
Lo que fuera que estaba sucediendo no se podía equiparar a ningún fenómeno que la humanidad o su planeta hubieran vivido antes.
Pero La Caída no había concluido su trabajo.
Durante varias décadas más, las cosas continuaron sin ocurrir pacíficamente, dando lugar a nuevos cataclismos, menores, sí, pero que desestabilizaban más si cabe la precaria situación que vivía la Tierra. De forma que todo aquello que la humanidad había construido se fue desmoronando lentamente y el hombre dejó de ser lo que era, llevándose consigo en el camino hacia el olvido, las bibliotecas y el conocimiento, mientras las vías de comunicación, construidas y perfeccionadas durante siglos, insinuaban su sinuoso contorno engullidas por la selva, la oscuridad y el miedo...
La época de Luz y Razón tocaba a su fin. El ser humano había sido desarmado y desandaba siglos para inaugurar un nuevo medievo, pero aún más turbio, tosco y rudo.
De Mundo Eterno.
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Esto me recuerda a algo que conozco... y no a que en concreto.
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