Ahí. Un poste. Una cadena. A la cadena hay atada una persona. Está envuelta entre harapos, el pelo negro mal crecido y revuelto. Creo que bajo las capas de esa bestia malnutrida hay una mujer. Hacía un momento no estaba allí. Juro que cuando hice el reconocimiento visual desde el Titán no estaba allí. A veces se mueve. Parece estar al límite de sus fuerzas. Pero no debo dejarme engañar. Vuelvo a otear los alrededores. Siempre hay alguna sombra, pero nunca consigo cazarla flagrante. Dios, hasta me parece ver movimientos en las plantas superiores del edificio semiderruido cercano. En la penumbra de las ventanas rotas y sobredimensionadas por algún que otro impacto de obús. Nos acechan.
No he nacido ayer. Decido invertir una bala en un experimento. Espero a que la pobre bestia, que ya ni grita, se vuelva a quedar parada. Apoyo el codo sobre la rodilla flexionada, el Favre sobre la mano izquierda, mientras que con la derecha ajusto los mecanismos ópticos de la mira. Aguanto la respiración mientras apunto a uno de los eslabones de la herrumbrosa cadena.
Un solo disparo y un eco que lo multiplica por una docena. La cadena ya no es argumento de cautiverio, pero la bestia parece no haberse dado cuenta. Tarda un poco en notar que ya no le tira del cuello. Algo en su interior le dice que es libre. Las pocas fuerzas que le quedan en la carcasa de huesos y carne se dejan azuzar por un adormecido instinto de autoconservación. Gatea como puede, se arrastra como una alimaña desahuciada. La adrenalina empuja mi sangre hasta las sienes. Mi intuición me mantiene alerta; me convence de que no puedo bajar la guardia, no puedo pararme a pensar que ese espantajo que se arrastra por el suelo tiene una historia, un pasado, unos seres queridos, probablemente muertos, y un deseo de vivir tan genuino como el mío. Pero mi mundo no entiende de humanitarismo…
Y entonces veo por qué había gritado en primer lugar. Veo a los que le han atado una argolla al cuello y la han dejado para Dios sabe qué. Las sombras esquivas a mi objetivo se van desembarazando de la timidez y salen a la luz mortecina de la mañana. No quieren que la presa se les escape.
Llevan los cuerpos envueltos en andrajos, al menos eso parece a primera vista. Pero me da la sensación de que cada pieza, cada refuerzo, cada vendaje, está colocado por alguna razón que trasciende la vergüenza de los que parecen leprosos pero son mucho más, o el frío de lo que parecen seres vivos y son mucho menos. Casi todos envuelven sus cráneos con intrincados turbantes o vendajes que les arrebatan todo vestigio de aspecto humano. Sus movimientos son mecánicos, ora bruscos, ora suaves y lentos, como marionetas manejadas por una mano aprendiz. Pero lo que yo veo son depredadores cuya agilidad resulta mortífera a corta distancia.
Y en la siguiente fracción de segundo escucho un chasquido que es más revelador que todas las bibliotecas del mundo juntas. Grigor, o quizá su artillero, ha soltado el seguro de una de las ametralladoras pesadas. Mi instinto me hace mirar a los costados y a la espalda. Y entonces comprendo. En el fondo de un callejón, una sombra va desprendiéndose de los matices negruzcos de la penumbra y avanza pesadamente. Un siseo acompaña su avance, así como un cadencioso golpeteo metálico que coincide con cada uno de sus pasos. Dios santo, es un Reciclado, o lo que queda de uno. Su cuerpo, ya de por sí deteriorado por su triste naturaleza, está animado por el mismo fuego antinatural que los demás seres que van saliendo de los escondrijos de la ciudad muerta. La piel que le queda en la cara es grisácea, como un pergamino añejo en el que alguien se ha entretenido escribiendo un macabro texto de cicatrices. El resto, la gran mayoría, es metal, frío metal. Casi todo el cráneo es una carcasa remachada con clavos en la que asoman dos tenebrosos orificios que son los ojos. El cuerpo va mal tapado con los restos de un abrigo militar de algún bando que no logro reconocer, del que asoman dos brazos metálicos y dos piernas, una de las cuales tan artificial como la mayoría de un cuerpo que cualquiera diría que fue humano. De alguna parte la espita sisea con vapor que se pierde en el aire para mover a ese engendro de la desesperación bélica que precedió al fin de los tiempos. Mejor así, porque esos hombres, muertos en vida, hubiesen terminado con el mundo de igual manera, pero en un proceso doloroso e interminable.
En la siguiente milésima de segundo, trago saliva, consciente de que delante tengo un Reciclado que, de alguna manera, ha acabado siendo, además, un pellejo. Pienso a toda prisa. Mi arma poco podrá hacer contra él, al menos con la celeridad necesaria para permitirme regresar a mi Titán. Decido, pues, fiarme de la buena voluntad de Grigor y dejar que hablen sus armas. Sin volverme para comprobar qué hacen los demás pellejos, corro como llevado por el diablo. La criatura me clava la mirada y abre la boca en una exclamación muda y antinatural, dotándose de una expresión tan malsana como escalofriante. Me apunta con el implante de su brazo derecho, al que lleva acoplada una escopeta de respetable calibre. Creo oír un disparo, pero enseguida se ve enmudecido por una salva de proyectiles provenientes del Coloso ruso. La entrada al callejón se cubre con una cortina de nueve levantada por las decenas de balas que castigan el suelo. La figura desaparece y yo ruedo por el suelo para evitar cualquier bala extraviada. Noto que la otra ametralladora pesada del Coloso se mueve para apuntar a mi espalda, donde están las sombras que emergen de la piedra. Parece que nunca alcanzaré mi Titán. El tiempo parece no querer avanzar mientras noto cómo se infla en mi pecho un intenso deseo de vivir; el agobio por la mera posibilidad de dejar de existir, quedarme sin la opción a hallar las respuestas a las innumerables preguntas que tengo, y echar el telón de la función de mi vida sin un desenlace que en el fondo sé que sólo llegará con mi último estertor. Pero me rebelo. Mi espíritu quiere creer que al final de esta larga noche en día habrá algo que le dé sentido a todo. Quiero llegar a Viena. Y desde allí, a casa.
En la tercera milésima de segundo, vuelvo de golpe a la realidad al ver que algo se mueve por el chasis de mi Titán. Parece una de esas bestias merodeando en busca de una forma de entrar en mi andador. Esas cosas se quieren meterse en todo. Sin dejar de correr, olvidado ya el aliento o el cansancio, echo mano de mi Favre y apunto con un movimiento instintivo. Un tiro. Un acierto. No lo he matado. Qué más quisiera. Pero he conseguido que se caiga y deje en paz mi máquina. Al pasar por su lado, las ráfagas de ametralladora aún voceando a mi espalda, doy una patada en el cráneo al ser que se agita en el suelo para recuperar el equilibrio. Correr. Es la mejor forma de pasar junto a un pellejo. Lo he vuelto a tumbar, pero no me detengo a ver si insiste en su esfuerzo. Cuelgo el rifle a la espalda y asciendo por la escalerilla como alma que lleva el diablo. Grigor se está portando.
Cuarta milésima de segundo. Estoy dentro. He asegurado las escotillas y solo ahora me doy cuenta de que me falta el aire y de que estoy empapado en sudor. Empiezo a maniobrar con mi máquina. Las espitas silban frenéticas por el esfuerzo al que someto las articulaciones del Titán. Es hora de salir de este atolladero. Al menos me llevo algo de chatarra en los bolsillos.
―¿Estás bien, Olly? ―oigo decir a Tatiana encima de mi cabeza. Es la primera vez que noto miedo en su voz.
―Tranquila… Sigo vivo.
Las señales de luz hablan y me coordino con Grigor. Emprendemos retirada mientras lanzamos puntuales descargas a los pellejos para que no se acerquen más de la cuenta. Entre la algarabía de la emboscada, noto que la desdichada mujer ha desaparecido.
Mientras salimos de la ciudad, haciendo valer nuestra superioridad en todos los sentidos, me pregunto de dónde demonios esos pellejos habrán sacado la idea de usar cebos para cazar. ¡Por Dios, si solo son muertos que caminan!
Del proyecto «Vendimia roja» [Ironclad code].
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...traigo
ecos
de
la
tarde
callada
en
la
mano
y
una
vela
de
mi
corazón
para
invitarte
y
darte
este
alma
que
viene
para
compartir
contigo
tu
bello
blog
con
un
ramillete
de
oro
y
claveles
dentro...
desde mis
HORAS ROTAS
Y AULA DE PAZ
COMPARTIENDO ILUSION
LUDOTECNIA
CON saludos de la luna al
reflejarse en el mar de la
poesía...
ESPERO SEAN DE VUESTRO AGRADO EL POST POETIZADO DE THE ARTIST, TITANIC SIÉNTEME DE CRIADAS Y SEÑORAS, FLOR DE PASCUA ENEMIGOS PUBLICOS HÁLITO DESAYUNO CON DIAMANTES TIFÓN PULP FICTION, ESTALLIDO MAMMA MIA,JEAN EYRE , TOQUE DE CANELA, STAR WARS,
José
Ramón...
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