Hace dos años largos que aparqué mis sueños literarios por encontrar un
océano que confieso aún no haber encontrado. Para un tipo como yo,
pequeño a su manera, infinitamente más vulnerable de lo que
quisiera, tal renuncia significaba en cierto modo asumir como propia una
derrota objetivamente impuesta, aceptar, en definitiva, que ni gobierno
el tiempo ni estoy tan libre de pagar servidumbres como esperaba.
Pero soy el gato del castillo de If, el vehículo necesario para que el Abate Faria y Edmundo Dantés se encontraran, se confesaran y apalabraran juntos su mutua venganza. El que observaba, el que servía de enlace entre dos almas perdidas, cuyos ojos anegaron sus pupilas amarillas de lo que jamás se atrevió a contar Alejandro Dumas. [Seguir leyendo]
Pero soy el gato del castillo de If, el vehículo necesario para que el Abate Faria y Edmundo Dantés se encontraran, se confesaran y apalabraran juntos su mutua venganza. El que observaba, el que servía de enlace entre dos almas perdidas, cuyos ojos anegaron sus pupilas amarillas de lo que jamás se atrevió a contar Alejandro Dumas. [Seguir leyendo]
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