Desde que los cielos se abrieran, los barhag se habían sumido en intensos debates sobre la razón de su retorno. Habiendo consumido su exilio surcando el cosmos, sucedió un tiempo en el que las costas del universo volvieron a ser reconocibles. El hogar que los había desterrado les abría de nuevo sus puertas para llamarles, y por ellas entraron prestos.
Calmadas las furias y silenciados los ecos de las una y mil batallas que sembraron de ruina y de muerte los cuatro puntos cardinales y lo que se contenía en ellos, acordaron que si uno solo obtenía la respuesta, se reunirían. La hora había llegado.
Con gran solemnidad, los barhag ocuparon sus posiciones en el círculo. Arriba los más antiguos y poderosos; los jóvenes, abajo. Los señores del universo, duros como los pilares sobre los que levanta sus pies la Tierra, temblaban como recién salidos del huevo ante la posibilidad de iluminar las sombras de su destino. Tras un largo silencio sólo roto por el ruido que producía la brisa al acariciar las escamas de tan colosales criaturas, el Gran Rojo rugió quebrando el cielo, anunciando que quien quisiera hablar, sencillamente podía hacerlo.
Los barhag son seres pacientes, aun así, la espera se hizo espesa y larga como cabellera de rhem. Cuando la luna iluminó con su pálida luz el firmamento, cinco figuras avanzaban hacia el corazón de la asamblea. Fueron recibidas ora con desprecio, ora con sorpresa, ora con chanza; sólo aquellos cuya edad arañaba la raíz de los tiempos mostraron alguna esperanza.
Weyr, Nai, Kryr-ein, Aumhs y Sirdal, miraron altivos a quienes les observaban. El último de ellos fue quien dando un paso al frente pronunció en voz alta: «La misma fuerza que nos condenó nos trajo de vuelta, y tal paradoja nos señala por qué nos hemos vuelto ciegos, temerosos e insensatos...»
Calmadas las furias y silenciados los ecos de las una y mil batallas que sembraron de ruina y de muerte los cuatro puntos cardinales y lo que se contenía en ellos, acordaron que si uno solo obtenía la respuesta, se reunirían. La hora había llegado.
Los jóvenes [Acto I]
Con gran solemnidad, los barhag ocuparon sus posiciones en el círculo. Arriba los más antiguos y poderosos; los jóvenes, abajo. Los señores del universo, duros como los pilares sobre los que levanta sus pies la Tierra, temblaban como recién salidos del huevo ante la posibilidad de iluminar las sombras de su destino. Tras un largo silencio sólo roto por el ruido que producía la brisa al acariciar las escamas de tan colosales criaturas, el Gran Rojo rugió quebrando el cielo, anunciando que quien quisiera hablar, sencillamente podía hacerlo.
Los barhag son seres pacientes, aun así, la espera se hizo espesa y larga como cabellera de rhem. Cuando la luna iluminó con su pálida luz el firmamento, cinco figuras avanzaban hacia el corazón de la asamblea. Fueron recibidas ora con desprecio, ora con sorpresa, ora con chanza; sólo aquellos cuya edad arañaba la raíz de los tiempos mostraron alguna esperanza.
Weyr, Nai, Kryr-ein, Aumhs y Sirdal, miraron altivos a quienes les observaban. El último de ellos fue quien dando un paso al frente pronunció en voz alta: «La misma fuerza que nos condenó nos trajo de vuelta, y tal paradoja nos señala por qué nos hemos vuelto ciegos, temerosos e insensatos...»
De Mundo Eterno, Oliver Bueno.
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Da gusto estar en esta compañia. Mundo Eterno, por lo que veo, tiene un cierto aire vanciano que me atrae.
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