Misha Abayev abrió los ojos bruscamente. No podía haber estado mucho tiempo inconsciente, pensó, porque con la hemorragia que tenía en el costado debería haber muerto ya. Quizás, unos segundos, o un minuto…
Le costaba ver, incluso contando con que era de noche. Tenía frío y no sólo por la niebla helada que subía desde las aguas del Neva, quietas y negras como un mal presagio. Empezó a distinguir sobre el zumbido de su cabeza las voces que había oído antes de caer herido. Eran las mismas, pero mucho más cerca. Se gritaban unas a otras cosas que Misha no podía entender. Poco a poco la vista se le fue aclarando y pudo distinguir sobre sí la luz verde y amarillenta de la farola que asomaba por la esquina de un contenedor a cuya sombra debía de estar caído.
El superviviente primordial que llevaba dentro fue, poco a poco, adueñándose de él mientras ponía en orden sus pensamientos: recordaba haber sido herido; uno… no, dos disparos en el costado… Con infinito dolor llevó su mano izquierda al lado derecho, bajo la axila. Estaba húmedo y caliente, notaba entre los dedos los jirones de ropa. Le costaba respirar. Le dolía cada latido (cada vez más lento y arrítmico) de su corazón. Y las voces sonaban cada vez más cerca. Ahora podía entenderlas, «seguro que le he dado, estaba lejos pero lo he visto…» «se arrastraba por aquí… como un perro…»
Misha pensó que ya había perdido mucha sangre y además no podía respirar bien: se ahogaba. Quizás la hemorragia estaba derramando dentro de sus pulmones tanta sangre como fuera de ellos. Si era así, apenas le quedaban unos instantes antes de volver a desmayarse, ya definitivamente. Cerró los ojos… inspiró fuerte dos, tres veces, a pesar del dolor que le atravesaba como un relámpago el pecho. Se dio cuenta de que apenas notaba la presencia de aire en su sangre, casi ya no llenaba los pulmones. Se estaba ahogando y necesitaría mucho oxígeno para lo que iba a hacer. Décadas de entrenamiento y devoto esfuerzo tenían que dar su fruto ahora. Precisamente ahora, porque si no, no habrían servido de nada.
Cerró los ojos y redujo al mínimo el esfuerzo de su cerebro. Si no puedo meter mucho aire, al menos lo meteré bien, pensó, y comenzó a hacer inspiraciones largas y profundas. Vació su mente, vació sus oídos de las voces y el chapaleo del agua a unos metros de él, se dejó llevar mientras la bioenergía empezaba a cosquillearle en las puntas de los dedos, en los labios, en los ojos, en el vientre, en su costado herido, tenía que conseguir aquel último esfuerzo sanador, no podía desperdiciar esfuerzo en pensar, necesitaba sanar sus heridas y tenía que ser ahora. Como una ráfaga cruzó su mente el recuerdo de una situación parecida allá en el Europoort de Rotterdam, hace veinte años. Lo desechó, no le podía ayudar para nada en este momento y rompía su concentración. Y al vaciar su mente se sintió transportado a un nido oscuro y húmedo, cálido y acogedor. Como si se hubiera sumergido otra vez en una cámara de aislamiento sensorial de las que empleaba en los entrenamiento. O lo estaba consiguiendo o la muerte no era tan mala cosa, pensó esbozando una sonrisa mental.
Los dos hombres armados asomaron al otro lado del contenedor y vieron a su objetivo tendido en el suelo, en un gran charco de sangre, boca arriba. Silbaron. Yuri —gritó uno— te dije que le había acertado. Míralo. Aquí está. No debían de ser muy veteranos, pensó Misha, porque los dos desviaron la mirada un momento hacia Yuri, apenas un segundo, apenas lo que necesita una Glock para vaciar cuatro disparos. Los dos hombres cayeron al suelo y Abayev se levantó de un salto. Llegó al otro lado del contenedor pero Yuri ya huía entre las farolas y los contenedores, pisando los charcos y corriendo como un ciervo. No estaba muy lejos y Misha era buen tirador, así que el perseguido cayó revolcándose por el suelo y el agua de lluvia, con una bala en el muslo antes de haberse alejado mucho más. Ahora Misha, con su camisa ensangrentada y su pistola en la mano era el nuevo dueño de la situación. Apuntó a la cabeza de Yuri, éste le miró desesperado y alzó la mano en un intento de protegerse.
—Éstos no eran del GK, ¿verdad, Yuri? —dijo Abayev—. Eran del OBO. Me has vendido al OBO ¿no, cabrón? No son la vieja guardia ¿verdad? Son los nuevos, ¿ahora trabajas para ellos, eh?
Le soltó un puntapié en la pierna herida. Aguardó un instante. Como esperando el efecto de sus palabras, pero Yuri sólo se balanceaba a un lado y al otro sujetando su muslo, mientras se quejaba en voz muy bajita, ay, ay, ay...
—Ahora ellos también quieren mi cabeza y tú se la has vendido, ¿es así, hijoputa?… —continuó.
—No te he mentido, Misha, por favor, no me mates, ahora me tienes, joder… Sí, sí que eran del OBO, pero hay una cosa en la que no te he mentido. Misha… Por favor… te lo ruego, no me mates… no me mates y te contaré todo lo que sé…
Yuri se dio cuenta de que dos segundos más tarde seguía vivo, así que se permitió el lujo de pensar que Misha quería seguir oyendo lo que tenía que decir. Siguió con la mano alzada en un gesto vano por protegerse.
—Hay una cosa en la que no te mentí, Misha… Tu hijo… —gimió por el dolor en la pierna; resopló intentando controlarlo—. Tu hijo está vivo de verdad… No me mates, por favor, Mijail… Está vivo… lo sé de buena tinta…
Pero la mente de Mijail Abayev estaba en ese momento en Gogodorov, a unos cien kilómetros al este de Moscú, en un pequeño pueblo agrícola, rodeado de campos de cebada y trigo, segados ya hacía meses. A lo lejos se veía una antigua fábrica de motores de camión, cerrada en los noventa…
De Mutantes en la Sombra.
2 Comments
Algo me dice que el tal Yuri lo va a pasar más que mal como no se ande con ojo. Si se anda con ojo, simplemente aplazará su muerte.
Lo peor es que Misha Abayev ahora SÍ está cabreado de verdad >-)
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