El departamento de maquetación de Cliffhanger de Ludotecnia se diferencia de los otros en que destila un aroma especial. Haga un calor de mil de mil demonios o un frío estepario, Alfa 1 y Alfa 2 irán en gayumbos o con bufanda, pero su cabeza estará cernida por el casco reglamentario y de sus hombros colgarán los chalecos antifragmentación oficiales. Junto a la pipa o al paquete de Lucky Strike, siempre encontraremos alguna automática de bolitas (el viejo prefiere la 92F; su mano derecha, la P229), y según sea el libro que estén maquetando, a lo peor nos encontramos con alguna herramienta más grande sobre la mesa...

Maquetar nuestros chiquitines no está exento de peligros. En cuanto te descuidas te encuentras en la página 80 afianzada pero con 10 brincando más allá de la 106 (nuestra frontera de seguridad), de manera que hay que ir con pies de plomo, ajustando aquí y allá como un relojero, porque las 25.000 palabras no ocupan lo mismo cuando hay muchas tablas que cuando hay pocas, para que nos entendamos, o cuando al autor se le ha ido la sartén del mango y pretende hacer florituras para que su juego quede más guapo que el del compañero o de cualquiera de los publicados (¡malditos egos!).

La zona de hangares es oscura. La encontramos abandonada bajo el nuevo estudio. Cuatro remodelaciones de nada y dos o tres manos inacabadas de pintura, sirvieron para hacerla medianamente habitable al menos para dos fumadores empedernidos (han jurado que lo dejan no sabemos ya cuántas veces) acostumbrados además a dejarse las pestañas frente al ordenador. Pusimos la esclusa y sembramos el perímetro de sensores cuando comenzaron a notar que no estaban solos, que había un aliento que les observaba desde algún oscuro lugar más allá de sus nucas.

En Padre Larramendi no ocurría, pero en Gorliz todo es distinto porque el mundo dista mucho de ser perfecto, tanto que a veces escuchamos arriba cómo lucha nuestro cuerpo de élite:

—¿Lo has visto?

—¿Pero si no estaba ahí?

—¡Pues ahí lo tienes. He reducido dos párrafos y me sobran ahora tres páginas!

—¿Me cargo esa tabla?

—¡No, déjala, que volver a hacerla me daría dolor de cabeza...! ¡Espera!

Lo estoy viendo...

—¡¡¡Ratatá, ratatá, ratatá, ratatatatá!!!

—¡Qué poco ha durado!

—¡Enciende los ventiladores, que me estoy asando!

—¡Activados. Mejor?

—¡Merde!

—¿Hay más?

—¡No. Pero me puedes decir quién fue el imbécil que dijo que los zippo aguantaban incluso las rachas de viento?

—¡Toma mi Clipper!

—¡Thanks, colega!

Con Alien a la espalda

Publicado el

sábado, 18 de agosto de 2012

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1 Comment
Deka Black dijo...

Es que el tabaco es mu maaalo. Todo el mundo sabe que como el lanzallamas, nada.