«La ciudad comenzó como un asentamiento Cánido en el que solía reunirse un mercado de Exóticos. A ese primitivo lugar se vieron atraídos los demás grupos. En las faldas del monte Anzinos comenzaron a surgir otros más o menos permanentes y, con el desarrollo del comercio marítimo, también llegaron los Marinos, dispuestos a explotar las inmensas posibilidades que daba el océano. Al poco de construir su enclave submarino, los Mamm pactaron con los Cánidos la creación de su ciudad en el interior de la montaña...»
Oliver Bueno, autor como sabéis de Mundo Eterno (Cliffhanger #005), se ha tomado su tiempo en deleitarnos con su nueva obra, Auros, de la que hace mucho que comenzamos a hablar y a la que dentro de poco podremos hincar el diente, porque esta misma mañana le hemos dado el número 013 de la misma, situándolo inmediatamente después de 18ª Enmienda.
Como podéis comprobar con el texto de entradilla al que sigue como continuación, el que la cierra, el tiempo transcurrido ha merecido la pena, tanto para él, como para Raúl Martínez «Chuky», y por supuesto, también para nosotros. Queda saber si os gustará a vosotros, evidentemente, pero algo nos dice desde el interior de este corazoncito tan tierno que tenemos, que Auros va a ser otro de los imprescindibles de la colección.
»... Ante el creciente poder e influencia que la ciudad amasaba, los
Felinos, que se habían mantenido al comienzo a una distancia prudencial, llegaron en
masa, formando un cuerpo socioeconómico que captó gran parte de la
riqueza que se generaba en la gran urbe. Fue la génesis de la
estructuración gremial de Auros. Tras los Felinos llegaron enseguida los
Aves, que erigieron sus viviendas en las inmensas y escarpadas alturas.
Cuando los auritas tomaron conciencia de que formaban un todo
fuertemente unido alrededor del comercio y la coexistencia pacífica, el
rey Cánido decidió integrar las distintas ciudades y hábitats bajo un
gobierno común, cuyas primeras decisiones fueron establecer un régimen
político unificado y la construcción de una muralla. Cundieron la
armonía y la sensación de fraternidad; incluso las viejas rivalidades
entre Halcones y Gatos, Leones y Hienas, Lobos y Corderos, parecían ser
cosa de tiempos peores. Pero una amenaza se gestaba en el exterior.
Desde
la antigua Gran Invasión de los Sin Hogar (el año 0 de todos los
calendarios de Merídion) no se había alzado ningún ejército tan grande
contra la civilización. Bichos de todos los tamaños y especies se
unieron bajo la égida de poderosos líderes Mantis, provocando una ola de
terror que destruyó y aniquiló buena parte de la población en la
Península de la Mano. Los Éon civilizados se unieron en Auros bajo el
estandarte del rey Lobo Furia I Rugido Latente y plantaron cara a la
plaga. Los líderes Mantis, apoyados —o dirigidos— por un fuerte
contingente de asesinos Escorpión, saquearon e incendiaron Arges,
tomando las ruinas de la ciudad como punto de partida para sus
incursiones cada vez más osadas. Algunos historiadores Éon mantienen que
los Sin Hogar instruyeron a estos Bichos, dándoles los conocimientos
necesarios para llevar a buen término una obra tan colosal de
destrucción. No hay pruebas que lo demuestren, pero todo apunta en esa
dirección.
Tras cuatro largos años de conflicto, en el
año 213, la batalla final en las faldas del monte Anzinos se desencadenó
con una desesperada brutalidad jamás vistas por Éon alguno. Los Bichos,
ahítos con las cosechas destruidas y el caos provocado, parecían estar
poseídos por espíritus malignos de la destrucción. Los Éon civilizados,
con Furia I y su poderosa cohorte de guardias pretorianos Tigre a la
cabeza, lucían en sus demacrados rostros la inconfundible seguridad de
quien lucha por lo que ama, de quien está dispuesto a morir matando. En
los últimos estertores de la batalla, la poderosa unidad del Rey avanzó
hacia el núcleo del ejército enemigo, totalmente rodeada y aislada del
resto de sus tropas y se abrió camino a golpe de magia y garras, de
sangre y muerte. Cuando llegaron al centro, los pretorianos se
encontraron frente a frente con los poderosos asesinos Escorpión y se
desató una terrible batalla mientras Furia I se enfrentaba en combate
singular contra el jefe de la plaga. El Mantis medía casi tres metros y
era poderoso y veloz como el rayo. El viejo Lobo tenía muchas batallas a
la espalda y, tras horas de lucha, a pesar de estar herido de muerte,
consiguió decapitar al monstruoso Éon, dejando así a todo el ejército de
la plaga huérfano de todo caudillaje. Los pretorianos acabaron con los
asesinos Escorpión, aunque solo uno sobrevivió a las poderosas pinzas y
el veneno de los aguijones. Se llamaba Aques Velozdefensor y volvió a la
ciudad, atravesando el ejército enemigo en estampida, a un paso de la
muerte, sangrando profusamente por sus abundantes heridas.»
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