Como sabemos, la esencia del éxito de nuestras partidas de Dogfight depende en buena medida del planteamiento que hagamos de ellas. El «verismo» en este sentido es crucial, ya que no es lo mismo organizar una aventura alrededor de un concepto difuso que de uno bien armado. Yendo más lejos, esta circunstancia también es válida incluso para las misiones rápidas, ya que una dotada de alicientes secundarios (presencia de un As en las filas rivales, por ejemplo) siempre resulta mucho más sabrosa de resolver que otra que consista sólo en derribar aparatos cuya vitola sea diferente a la nuestra.
En este sentido, el abuso de excusas puede llegar a cansar a nuestro grupo de jugadores. Está bien destruir un arsenal o dos, reducir a escombros una línea de baterías enemigas o una fábrica, o incluso atacar uno de sus aeródromos, pero conviene disponer de ases en la manga que nos permitan mantener el interés por el juego más allá de las partidas que hayamos jugado o que pretendamos jugar.
Pues bien, hoy queremos tratar un argumento cuya dificultad se puede considerar elevada, pero que si es resuelto adecuadamente, puede así mismo quedar grabado en la mente de nuestros jugadores como una de esas partidas o campañas si es el caso, «irrepetibles».
ESCENARIO
Hacia
mediados del conflicto (1916 en adelante) los aparatos de los
diferentes bandos comenzaban a quedar obsoletos, razón por la cual la
industria de la aviación se afanaba en ofrecer nuevos modelos que
cumplieran con las exigencias del frente. La investigación resultaba por
tanto imprescindible y como tal, era considerada un Secreto de Estado
celosamente guardado y por supuesto convenientemente protegido.
Cabe
recordar en este punto que la investigación aeronáutica militar no
incidía sólo en la mejora del armamento de un avión o su planta motriz,
que también, sino en su manejo y velocidad, lo que hacía de la
comprensión del fenómeno físico de la sustentación un área prioritaria
que consumía una cantidad ingente de recursos.
Al hilo hay que comentar que contra lo que puede parecer un avión no vuela por oposición al aire, sino por una fuerza resultante que aparece sobre la parte más curvada de las alas durante el vuelo, que aspira al aparato y lo eleva y que se define técnicamente como «liftforce o sustentación». Obviamente, con un peso reducido es más fácil obtener sustentación, como también resultaría más sencillo disponer de ella si ampliáramos la superficie de las alas —con lo que se podría aplicar mayor peso, caso de los bombarderos, por ejemplo—, pero demasiada sustentación acarrea una disminución de la velocidad por resistencia al avance y reduce considerablemente la maniobrabilidad...
Huelga decir que los ingenieros de la época buscaban precisamente encontrar el equilibrio idóneo entre sustentación, maniobrabilidad y velocidad, de manera que exploraban con denuedo este asunto en el interior de las fábricas de aeronaves, a resultas de lo cual, realizaban prototipos que tras ser convenientemente probados, pasaban inmediatamente a las líneas de producción.
OBJETIVO
Destruir uno de estos prototipos no sólo supone derribar un aparato, sino echar por tierra meses y meses de trabajo del enemigo, y lo más importante, paralizar momentáneamente su peligrosa y veloz maquinaria de guerra, de manera que el objetivo de nuestra aventura o campaña está prácticamente servido.
CIRCUNSTANCIAS
Los servicios de espionaje han dado la voz de alerta. En tal aeródromo y en tal fecha, está prevista al mediodía una prueba de vuelo de un prototipo a la que asistirán algunas autoridades (nunca faltaban como decorado a este tipo de eventos). La seguridad se prevé máxima, lo que hace inviable un sabotaje desde tierra y complicadísimo un ataque aéreo, pero hay que destruir el aparato como sea, así que el grupo de jugadores recibe la orden de ponerse en marcha.
LA MISIÓN
El aeródromo en cuestión está lejos de las líneas del frente, por lo que habrá que llegar a él en un vuelo de rodeo previo de las líneas enemigas con al menos dos breves escalas y por supuesto, con escasas posibilidades de retorno pues las probabilidades de ser descubiertos son altas, aunque la comandancia ha previsto entretener al enemigo con dos ataques en diferentes lugares alejados del objetivo, que servirán de distracción mientras nuestros héroes se meten en la boca del lobo.
Los campos de aterrizaje y despegue han sido elegidos por la resistencia y en ellos hay convenientemente ocultos entre la fronda y la maleza, bidones con combustible y agua para los repostajes, al menos en el viaje de ida, porque el de vuelta se promete muy movidito.
El «raid» se inicia cuando aún no ha amanecido...
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